DIARIO DE CLAUDIA BALLESTER
7 DE MARZO DE 1825
Interpreto una pieza al piano. Son las cuatro de la tarde. No solemos dormir la siesta en mi casa. Distraigo a mi familia interpretando una pieza al piano. Me considero una pianista del montón. Pero mi institutriz ha sabido enseñarme bien. Por lo menos, mientras toco el piano, no pienso en otras cosas.
Siento la mirada de Ricardo fija en mí.
Finalizo la pieza. Mis padres y mi prima Augusta me aplauden con cariño. Noto a Ricardo pensativo. Augusta se levanta del sillón donde está sentada. Se acerca a mí. Me abraza y me besa en la mejilla.
-Lo has hecho muy bien, prima-me dice-Me gustaría ser tan talentosa como tú. Pero me temo que soy un desastre con cualquier instrumento.
-No lo creo-afirmo-Tienes muchas virtudes.
-Eso no es cierto.
Percibo una honda tristeza en su voz.
El ambiente en el salón está cargado. Siento que me asfixio.
Pongo una excusa.
Salgo al jardín. Desearía poder salir del jardín. Pero no se me permite salir sin llevar conmigo compañía. En concreto, a mi doncella. Pero no creo que a ella le apetezca dar un paseo conmigo hasta los arrozales.
Dejo a mi padre sirviéndose una generosa copa de brandy. Sospecho que está preocupado ante la falta de noticias del conde, igual que Augusta.
-¡Por fin estamos solos!-exclama Ricardo a mis espaldas.
Me doy la vuelta y veo cómo se va acercando a mí. Al llegar a mi altura, me besa. Me besa de manera golosa en la boca.
-Esto es una locura-admito-No sé porqué lo hago. Deberías de pensar en mí como lo que soy.
-Y así lo hago-me asegura Ricardo-Pienso en ti como en mi vida.
-Primo...
-Claudia, hace mucho que dejamos de ser primos. Somos amantes. Nos amamos.
-¿Y qué pasa con nuestra familia?
-He de hablar con Augusta y contárselo.
-La pena la mataría. ¿Lo has pensado?
-Es mejor que me sincere con ella antes de que siga albergando la esperanza de que pueda casarme con Dafne.
Volvemos a besarnos. Nos besamos con pasión durante un largo rato.
Soy yo quien se separa de él. Mi corazón late a gran velocidad. Hace una tarde soleada. Pero veo un par de negros nubarrones cubriendo el cielo. Siento que me voy a caer redonda al suelo. Los negros nubarrones son el presagio de una mala noticia. O de que algo horrible está a punto de pasar.
No estamos solos en el jardín. Pedro Serrano entra en él.
-Buenas tardes, señorita Ballester-me saluda.
Se acerca a mí y me besa con fervor la mano. Ricardo le fulmina con la mirada.
-Celebro mucho verla de nuevo-añade Pedro.
-¿Cómo está usted?-le pregunto con educación.
-Prima, será mejor que nos metamos dentro-interviene Ricardo-Empieza a hacer frío.
-Sí...-asiento. Me dirijo a Pedro. No sé si respirar aliviada al verle o enfadarme con él-Por favor...Venga con nosotros. Usted es un buen amigo del señor conde. Mi prima espera saber de él.
-Me temo que yo tampoco sé nada de él-se lamenta Pedro-Su paradero es todo un misterio. Pero sí acepto acompañarles dentro.
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