Hola a todos.
A partir de ahora, siempre que pueda, iré subiendo una anotación del diario de Claudia.
Ha pasado de ser un conjunto de microrrelatos entrelazados a convertirse en un diario por derecho propio.
Vamos a descubrir una nueva anotación de su diario.
23 de febrero de 1825
Me despierto. Todavía no ha amanecido. Noto que no estoy sola en mi cama.
Hay unos brazos que rodean mi cintura. Me giro poco a poco. Siento una pequeña molesta en mi bajo vientre. Al girarme, me encuentro con el rostro de Ricardo, que está dormido.
¡Dios mío!, pienso con sobresalto. ¿Qué hemos hecho?
Decido llenar de suaves besos su rostro con la intención de despertarle y se vaya de mi habitación. ¿Y si lo encuentra alguien? Poco a poco, Ricardo va abriendo los ojos.
-Buenos días...-me saluda.
-Buenos días-le devuelvo el saludo.
-Aún no ha amanecido.
Me siento en la cama. Me cubro con la sábana. Siento un extraño pudor. Ricardo ya me vio desnuda la noche antes.
-Aún así, creo que es mejor que te vayas-le pido-Podría entrar la doncella en cualquier momento. Y te vería.
-Entiendo-suspira.
Ricardo me sonríe con tristeza. Alza la mano para acariciar mi pelo suelto. Puedo ver en sus ojos que no se arrepiente de lo que hemos hecho. Y, para ser sinceros, yo tampoco me arrepiento. Me da un beso suave en los labios.
Pienso en lo bonito que es despertar a su lado. No debe volver a repetirse lo ocurrido la noche antes.
-Ahora, tendremos que casarnos-dice Ricardo.
-No te he pedido que te cases conmigo-le recuerdo.
-Mi tío no podrá hacer nada. ¡Por nuestro honor, Claudia! No quiero ver tu nombre arrastrándose por el fango. Lo que hice anoche fue abominable. Estuvo mal. Y...
-¿Te arrepientes de haberte acostado conmigo?
-¡No! ¡Eso nunca! ¡Qué Dios me perdone!
Ricardo y yo nos fundimos en un apasionado beso. Nos separamos y yo hundo mi cara en su pecho. Escucho los latidos de su corazón y pienso que es la música más hermosa que jamás he escuchado. Ricardo me besa repetidas veces en la frente.
-¿Qué vamos a hacer ahora?-le pregunto.
Sigo haciéndome la misma pregunta esta mañana. Mi doncella entra en mi habitación.
Ve una mancha roja muy pequeña en la sábana. No dice nada.
-Coja un paño limpio-me indica-Podría manchar los calzones.
Me lavo de manera rápida. Mi doncella me ayuda a vestirme. Escojo un vestido de color azul claro.
-Le sienta bien este color-comenta mi doncella-Hace juego con sus ojos.
No digo nada. Debe de pensar que ha debido de bajarme la regla. Mis mejillas se encienden. Mi doncella me recoge el pelo en un moño.
Todo me parece distinto cuando me reúno con mi familia en el comedor.
Sentada a la mesa, noto cómo la mirada de Ricardo se clava en mí mientras unto con mano temblorosa mantequilla en una de mis tostadas. Se me sale la mantequilla. Mi madre se da cuenta.
-Ten cuidado, hija-me exhorta-Puedes mancharte el vestido.
-La verdad es que no te entiendo, hermano-le recrimina Augusta a Ricardo-Me imagino que Claudia habrá hablado contigo. Y me imagino lo que habrás respondido. Un no rotundo...
-¿De qué estás hablando?-le interroga Ricardo.
-Estoy hablando de Dafne. Está enamorada de ti. ¡Y tú la rechazas!
Ricardo nos mira de hito en hito a Augusta y a mí. No quiero fijarme en los pantalones blancos que lleva puestos, que se ciñen a sus piernas. No quiero pensar en lo guapo que está con su chaleco de color marrón. No quiero pensar en cómo me besó anoche.
-Se trata de mi vida, hermana-le reprocha.
-Y no quiero que cometas un terrible error-insiste Augusta.
-En el fondo, tu hermano tiene razón, querida-interviene mi madre-Preocúpate del conde. Ese hombre ya no viene a verte. Y, para ser sincera, no me gusta. Antes, estaba muy interesado en ti.
-El conde está ocupado con sus cosas-afirma Augusta-Pero vendrá a verme. ¡Él me quiere, tía Prudencia!
La mano de Augusta tiembla cuando se lleva su taza de café a los labios para beber un sorbo.
-Pues yo insisto en que Dafne y tú hacéis una bonita pareja-dice-Además, el conde vendrá a verme. Me lo ha prometido.
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