8 DE MARZO DE 1825
-Está muy hermosa esta tarde, señorita Ballester-me adula Pedro Serrano.
-Muchas gracias...-contesto.
-Hace un Sol espléndido. Se parece al color de su pelo. ¿Se lo ha dicho alguna vez alguien?
-Mi cabello es de un color más claro, señor Serrano.
-Y sus ojos son de color azul cielo. ¿Se ha fijado? El cielo está despejado. No sólo arriba. También lo veo en sus ojos.
Ni yo misma sé el porqué he accedido a salir a dar un paseo esta tarde con Pedro.
Nos acompaña la doncella que comparto con Augusta.
-¿Sabe algo de don Enrique?-le pregunto a Pedro.
-Sé que está en Barcelona por motivos de negocios-responde él.
Yo le hacía en sus posesiones. Tiene una hacienda en las afueras de Llivía.
-Pero...-me extraño-Creía que estaba en Llivía.
-He estado en Barcelona-me asegura Pedro-Y le he visto allí.
-Entiendo.
Pedro hace ademán de querer cogerme del brazo.
Mi doncella carraspea ligeramente. Pedro se separa ligeramente de mí. Caminamos por la orilla de una de las lagunas que hay en la isla. Un calaixo, como se la conoce.
Estamos los tres solos aquí. A orillas del calaixo...Yo me siento incómoda. No me fío nada de Pedro. Estoy segura de que quiere comprometerme para que me vea forzada a casarme con él.
-Quiero irme a casa-le digo.
-Hace una tarde preciosa-replica Pedro-Señorita Ballester, disfrutemos de este paseo.
-Está bien. Pero no quiero que haga nada indebido.
Me aparto de él un poco.
Seguimos caminando por la orilla del calaixo.
-Sé que no se fía de mí-observa Pedro-Mi fama no ayuda mucho a ese menester.
Yo le miro con cierta intriga. Nos detenemos. Pedro me coge la mano. Se la lleva a los labios para besármela.
Empieza a hablar. Me pide que confíe en él. Que sus sentimientos hacia mí son sinceros. Me jura y me perjura que no tiene deudas.
-Le ruego que no siga hablando-le interrumpo.
Pero él insiste en seguir hablando. Dice que está enamorado de mí. Yo le miro a los ojos. Me sorprendo al mirar algo parecido al anhelo en ellos.
-Perdone que no le crea-le espeto.
-Tiene muchos motivos para desconfiar de mí, pero yo le aseguro que estoy siendo sincero con usted, señorita Ballester-me asegura.
Si Pedro Serrano no está enamorado de mí, todo sería más fácil. Pero, si está enamorado de mí, todo se complica.
Porque yo sé que Dafne está sufriendo al saber que Ricardo no la ama. Y no quiero que el hombre que está delante de mí sufra también.
Se inclina hacia mí. Me da un beso en la mejilla.
-Confíe en mí-me pide.
-Me está pidiendo demasiado-afirmo con rotundidad.
-Señorita Ballester, yo no tengo deudas. No le mentiré. Me he quedado en la ruina. Pero saldré adelante.
-¿Casándose conmigo?
-Yo sólo quiero cortejarla.
-Y lo que surja. Si puede comprometer mi virtud, lo hará. No tengo mucha experiencia con los hombres. Pero empiezo a conocer a los que son de su calaña.
-Está siendo injusta conmigo, señorita Ballester. La disculpo porque entiendo que he cometido muchas locuras. Es lógico que piense mal de mí. No pasa nada.
Siento tanta pena por él que le doy un beso en la mejilla.
Pedro Serrano, la doncella y yo regresamos a la masía. Encuentro a Augusta sentada, acurrucada, en un sillón del salón. Me acerco a ella y le doy un cariñoso abrazo.
-Me alegro de que hayas salido con el señor Serrano-me dice-Es un buen hombre y te quiere bien.
Intento no pensar en Pedro cuando es Ricardo el que está presente en todos mis pensamientos.
Me siento en el sofá, al lado del sillón. Augusta me coge las manos.
-¿Cómo estás?-le pregunto-Te veo muy tapada.
-Tengo algo de frío-respondo.
-Ya estoy aquí para pasar toda la tarde contigo, prima.
Augusta esboza una sonrisa muy triste. Me cuesta trabajo reconocer a esta joven apagada como mi vital prima Augusta.
-Por lo menos, te tengo a ti, Claudia-afirma-Don Enrique no quiere saber de mí. Estoy muy triste. Me hago muchas preguntas. ¿Tan ocupado está en la hacienda de Llivía?
Me estremezco.
Augusta cree que don Enrique está en Llivía.
-Es una hacienda enorme-prosigue mi prima-Nunca he estado allí. ¡Pero me gustaría tanto conocerla!
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