9 de febrero de 1825
Salgo al jardín para contemplar el amanecer. No he podido conciliar el sueño durante toda la noche. Los ojos de Ricardo me perseguían.
No soy la clase de chica que pasa la noche despierta mirando por la ventana.
Pero, al amanecer, no podía permanecer por más tiempo acostada en la cama.
Al llegar al jardín, me encuentro con la sorpresa de que está Ricardo allí. Tiene los ojos hinchados. Tampoco habrá podido pegar ojo, pienso.
-Hola, Claudia-me saluda-¡Qué sorpresa me produce verte!
-¿Qué estás haciendo aquí?-le pregunto.
-No he dormido nada en toda la noche. Quiero redondear esta noche de insomnio.
-A mí me ha pasado algo parecido. Tampoco he podido conciliar el sueño.
Ricardo va vestido. Lleva puestas sus botas de montar. Me cuenta que ha pasado la noche montando a caballo. Me pregunto si habrá visitado la taberna. No es asunto mío lo que haga o deje de hacer. No soy su mujer. Tampoco soy su prometida. Tan sólo soy su prima. Ricardo es un bala perdida. Pero le corresponde a Augusta ocuparse de él.
-Ven aquí-me invita-Siéntate a mi lado. Y veamos juntos cómo sale el Sol.
Me siento tentada a dar media vuelta y a meterme dentro de casa. Llevo puesto el camisón. No me parece decoroso nada de lo que está pasando.
-Voy en camisón-trato de hacerle ver.
Ricardo me sonríe. No hay lujuria en su sonrisa. Hay una dulzura que me conmueve. Llevo puesta encima del camisón la bata. Me anudo el lazo de la bata con fuerza. Mis mejilla están encendidas. Mi corazón palpita con mucha fuerza.
-Soy tu primo, Claudia-me dice Ricardo con mucha ternura-Jamás te haría daño. Me cortaría una mano antes de hacerte daño.
-Lo sé-asiento.
Me acerco a él. Me siento a su lado.
-Sé que te peleaste con el señor Serrano-le digo.
-¿Cómo lo sabes?-me pregunta Ricardo.
-No soy ciega.
-Ese hombre es un canalla. ¡No te merece! ¿Por qué dejas que venga a verte? No te quiere. Sólo busca una cosa de ti. ¿No te das cuenta?
Miro a Ricardo.
Habla con mucha vehemencia. Con mucha pasión...
-Es un caballero y está interesado en mí-le explico-Al menos...Eso es lo que me dice. Yo soy una dama. Se supone que debo de agradecer las atenciones que un caballero me dispensa.
-¿Estás enamorada de ese sinvergüenza, prima?
¿Por qué quieres saberlo?, me pregunto en silencio.
El Sol empieza a aparecer en el horizonte. Una gran bola de color naranja...
El cielo va cambiando de color. La noche está muriendo. Está naciendo un nuevo día. Ricardo y yo somos testigos de ese momento. No pienso en Pedro Serrano. No pienso en Dafne Velasco. No pienso en nadie. Ricardo y yo estamos juntos. Para mí, eso me basta.
-No estoy enamorada de él-le confieso.
Ricardo lanza un suspiro. Es un suspiro de alivio.
-Me alegro-admite-Me alegro muchísimo.
-¿Por qué?-le pregunto.
-Hay una cosa que quiero decirte. Pero no me atrevo a decírtela. Eres mi prima, Claudia. Pero...
Se calla y oímos el sonido de las olas, que parecen susurrarnos sus secretos.
-No se trata sólo de eso-prosigue Ricardo. Le cojo la mano. No sé lo que me quiere decir-Eres mucho más que eso, Claudia. Y me asusta.
-¿El que te asusta?-indago.
-Me asusta que me desprecies. Que me odies.
Algunos campesinos abandonan sus casas. Puedo oírles cantar desde donde estoy. Se dirigen a los arrozales.
-¡Nunca te odiaría!-le prometo.
Ya sale una barca de pescadores para faenar.
-Es sobre ti y sobre mí-me confiesa Ricardo-Te quiero, Claudia. Pero...Este amor...El amor que siento por ti no debería de existir. Mi padre y tu padre eran hermanos. Somos primos. Llevamos la misma sangre. No debería de amarte. Pero te amo.
Se lleva mi mano a los labios. Me besa la palma.
Oigo cómo los latidos de mi corazón me golpean en las sienes. Los ojos de Ricardo, al mirarme, están cargados de amor y de anhelo. Siento que Ricardo deja en estos momentos de ser mi primo. Nó sé en qué se va a convertir.
-Te amo más que a mi propia vida, Claudia-sentencia.
-Ricardo...-susurro.
Mis ojos se llenan de lágrimas. No debería de estar pasando esto. ¡Pero está pasando! No soy capaz de articular palabra.
-Eres el Sol de mi vida, Claudia-dice Ricardo-Eres mi ángel. Mis palabras pueden sonarte vacías. Pero muero todos los días un poco cuando pienso que puedas casarte con ese canalla. No me importa que no me ames. De verdad...Si es así, olvida todo lo que te he dicho. Pero no puedo casarme con Dafne cuando mi corazón lo tienes tú, Claudia.
-No me casaré con Pedro Serrano-le cuento-No podría amarle. Y yo...
-¿Qué me quieres decir?
-Yo...
Ricardo se acerca a mí. Sus labios rozan suavemente los míos. Me besa con suavidad con un beso corto. Pero que lo cambia todo.
No podemos seguir hablando.
Oímos ruidos de ventanas que se abren.
Rápidamente, me aparto de Ricardo. Me pongo de pie y me meto corriendo dentro de casa. No creo que nos haya visto nadie. Por algún extraño motivo, siento que mis pies no tocan el suelo. ¡Ricardo me ama! Siento que mi corazón está a punto de estallar de alegría. Porque Ricardo acaba de confesarme que está enamorado de mí.
Dios!!!
ResponderEliminarUn capi que me ha hecho llorar, realmente preciosa esa confesion de amor que yo ya veía entre ambos.
Hermoso como lo has escrito
Besos
Tienes razón, Anna.
EliminarEntre Ricardo y Claudia hay algo muy especial que está saliendo poco a poco a la luz.
Tus palabras me han emocionado. Gracias.
Un fuerte abrazo.