11 de febrero de 1825
-Te noto rara-observa Augusta-¿Ha pasado algo?
-Estoy como siempre-miento.
-Me temo que te estás enamorando de ese sinvergüenza de Pedro Serrano. Mi tío debería prohibirle que ponga los pies en casa.
-¡Oh, no! No es eso. Tengo mis problemas.
-¿Por qué no me hablas de ellos?
-Me gustaría escribir un ensayo. Ya está. Ya te lo he dicho. Tu prima quiere ser ensayista.
Las dos estamos sentadas a la mesa del comedor. Estamos dando cada una cuenta de una taza de chocolate caliente. Bebo un sorbo de mi taza de chocolate.
Esta mañana, cuando he bajado la escalera, Ricardo me estaba esperando. Le he dado un beso en la mejilla. Pero él me ha besado en los labios. Un beso corto y suave...Creo que nadie nos ha visto.
-¿Y sobre qué quieres escribir?-quiere saber Augusta.
-Sobre la educación...-contesto-De las niñas...
Augusta me sonríe con cariño. Dice que, si me lo propongo, puedo llegar a ser una buena ensayista. Yo no lo tengo tan claro. Me quedo en blanco en cuanto tengo una hoja en blanco delante de mí. Augusta coge una galleta. Le da un mordisco.
-¿Por qué no lo intentas?-me propone.
-Lo estoy intentando-le recuerdo-Pero no logro plasmar en papel todas las ideas que se me agolpan en la cabeza. Es muy difícil.
-Escribes un diario.
-No te voy a decir dónde lo guardo. ¡Ni hablar!
-Escribes en un diario. Luego, puedes escribir cualquier cosa. Una novela...Un ensayo...Un poema...
Augusta pasa a parlotearme acerca del conde de Noriega.
Está locamente enamorada de ese hombre.
-A él no le gusta la poesía-me cuenta-Dice que prefiere leer ensayos.
-Su Excelencia y mi padre podrían ser buenos amigos-sugiero-Comparten unos gustos muy parecidos.
-Yo me aburro leyendo ensayos. Me obligo a mí misma a leerlos. Quiero causarle una buena impresión a don Enrique. No quiero que piense que soy una joven frívola. No sé si me convertiré en su esposa. Aún así, quiero causarle una buena impresión. Aunque...El dice que le gusto tal y como soy.
-Entonces, te quiere de verdad, prima.
Terminamos de merendar. Augusta me conduce hasta el salón. Busca algo detrás de un cojín.
Se trata de una carta. La ha recibido esta misma mañana. Augusta me sonríe con gesto cómplice.
-Es de don Enrique-me cuenta-¡Te la tengo que leer!
-Me muero de ganas de saber lo que te dice-le aseguro.
-Es todo un caballero, Claudia. ¡Lo quiero! ¡Lo quiero muchísimo!
Nos sentamos en el sofá. Augusta empieza a leerme la carta. Admito que el tono que emplea el conde es muy formal. Se refiere a mi prima con mucho respeto. Sin embargo, percibo cierta pasión en algunas frases que emplea. Augusta se porta de un modo desconocido para mí cuando tiene que hablarme de don Enrique. Ella no se ruboriza nunca. Pero es toda rubores cuando me lee esa carta. Su risa se vuelve tonta. Eso no es nada común en ella.
-Tengo que escribirle una carta-me cuenta.
-¿Has pensado en lo que le vas a decir?-le pregunto.
-No quiero parecer muy atrevida. Podría pensar lo peor de mí.
-Sé sincera con él.
Augusta dobla con mucho cuidado la carta.
-La guardaré en un lugar secreto-me confiesa-Y la volveré a releer más tarde.
Se guarda la carta dentro del escote de su vestido.
-No creo que salga esta tarde a montar a caballo-me dice-Quiero descansar un poco.
-Sube y acuéstate hasta la hora de cenar-le aconsejo-Rosalía te avisará cuando llegue el momento.
-Eres muy amable, Claudia. Eres como una hermana para mí.
Augusta se pone de pie. Sale del salón con paso lento y cansado.
Me encanta la imagen que has escogido porque es una que me ronda mucho últimamente, y me he sentido, como siempre con tus relatos, como una espectadora que se "mete" en la historia, y eso, amiga mía, no es nada normal. A ver qué le depara el destino a mi querida tocaya.
ResponderEliminarBesos.
Siento sinceramente halagada por tus palabras, amiga Aglaia. No sé si logro que te "metas" en la historia.
EliminarPero es para mí un logro saber que piensas eso.
Aún queda mucho para que el diario de nuestra amiga Claudia llegue a su término.
Un fuerte abrazo.