Hola a todos.
Hoy, me gustaría dedicarle este fragmento de mi blog novela Una brisa suave a nuestra buena amiga Claudia Cardozo, tocaya de nuestra querida Claudia Ballester.
Claudia es la diseñadora de la actual portada de la blog novela, que es una preciosidad. Es la más acorde con la historia.
Además, acaba de autopublicar en Amazon y con gran éxito su tercera novela Enlazando el destino, que mezcla con brillantez tres géneros: el romántico, el suspense y el paranormal y que, haciendo honor a su título, enlaza el presente con la Inglaterra de 1837.
Querida Claudia, un millón de gracias por todo y un fuerte abrazo. Deseo de corazón que te guste este trozo.
DIARIO DEL JOVEN RICARDO BALLESTER
ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS
Son las tres de la tarde.
No me quiero mover del lado de Claudia. El momento ha llegado.
-¡No puede estar en la habitación!-se escandaliza la comadrona-¡Váyase! ¡Vaya a emborracharse!
-Ricardo...-me implora Claudia-Hazle caso. Ve a dar un paseo.
Empezó al mediodía. Tuve que salir corriendo de casa. El momento había llegado. Nuestro pequeño iba a nacer. Claudia me indicó dónde vivía la comadrona.
Fui a su casa a buscarla. No había necesidad de ir a buscar al médico. Claudia estaba de parto.
Ya no hace tanto calor. Agosto se está despidiendo poco a poco.
La ventana de la habitación que comparto con Claudia está abierta de par en par.
Claudia siente cómo los dolores de parto van y vienen. Las contracciones son muy seguidas. Me mira y me sonríe.
Pero, de vez en cuando, a pesar de que intenta mantenerse estoica, lanza un grito.
-No es correcto gritar-opina Claudia.
-Intente mantener las fuerzas, niña-le exhorta la comadrona-No se canse inútilmente.
-Es normal que una mujer grite cuando sienta dolor al traer a su hijo al mundo.
Por lo general, Claudia intenta no gritar. Pero es evidente que siente dolor.
Algunos vecinos han venido a interesarse por el estado de Claudia. Ella, cuando grita, bromea diciendo que sus gritos se escuchan en toda la isla.
Contemplo con cierto nerviosismo a la comadrona. Es una mujer dura. Tiene aspecto de ser una mujer que ha vivido mucho. Parece saber bien lo que está haciendo.
Es ella la que intenta que Claudia mantenga la calma.
Una criada entra y sale de la habitación. Trae toallas limpias. Viene con una olla de agua hirviendo. No entiendo el porqué está haciendo todo eso. Permanezco sentado en una silla junto a la cama donde yace Claudia. Sólo quiero ayudarla.
Las contracciones que sufre son intensas.
Hay sangre en la cama. Pienso que me voy a marear.
-Debería de haber ido yo mismo a buscar al médico-digo-Algo podría ir mal.
-Todo está bien, señor-me indica la comadrona con gran seguridad en sí misma-Por suerte, la futura madre goza de una excelente salud.
-Ella me está ayudando.
Me enerva la tranquilidad de la que hace gala Claudia. Yo no me quiero mover de su lado. Quiero estar presente cuando nazca nuestro bebé. ¿Qué será? Eso no debería de importarme. Tan sólo debe de importarme si Claudia estará bien.
Tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido.
Al ver la sangre manchar el colchón de nuestra cama, pienso que algo malo está pasando. Me aterra la idea de que le pueda pasar algo malo a Claudia.
Pasan como unas dos horas.
-¡Ya veo la cabeza!-exclama la comadrona contenta-¡Ya está aquí!
-¿Qué significa eso?-me asombro-¿Quién está aquí?
La comadrona me fulmina con la mirada. Debe de pensar que soy un inútil.
Siguiendo las instrucciones de la comadrona, Claudia empieza a empujar. Intenta sacar de su vientre a nuestro bebé. Se esfuerza en empujar cada vez que la comadrona se lo indica.
En un momento dado...
Claudia grita.
Emite un grito que se oye en toda la isla. Un grito desgarrador...
Y a ese grito se añade el llanto de un bebé que acaba de llegar al mundo.
-¡Es un niño!-exclama la comadrona, feliz.
Claudia está cansada después de tanto esfuerzo. Pero logra sonreír entre las lágrimas que surcan su cara.
Lleno de besos su rostro.
La comadrona envuelve a nuestro niño en una toalla limpia. Yo lloro al mismo tiempo que llora Claudia. Que llora nuestro hijo.
Coloca a nuestro hijo en brazos de Claudia. Yo no puedo apartar la mirada de aquel trocito nuestro. Reconozco en su carita mis rasgos. Mis ojos...La pelusilla de cabello que surge en su cabecita. Le acaricio la carita con la yema de los dedos.
Beso a Claudia en los labios con adoración.
Ella no puede contener las lágrimas que surcan sus mejillas, que son lágrimas de alegría. Me mira con amor. Y yo, a mi vez, también la miro con amor.
-Nuestro hijo...-murmura con orgullo.
-Haremos que se sienta orgulloso de nosotros, mi amor-le prometo.
-Y que entienda. Que sepa entender.
Me echo a reír de pura dicha.
-Dejen que lo lave-sugiere la comadrona.
Le tendemos al bebé para que lo lave.
No para de llorar.
La comadrona habla de sus fuertes pulmones. Vaticina que gozará de una excelente salud. Yo deseo que todo eso sea cierto.
-Ahora, toca ponerle un nombre-augura la comadrona.
-Adrián...-sugiere Claudia-Puede llamarse Adrián. ¿No te parece?
Adrián...
Como mi padre...A pesar de todo, era un buen hombre. Adrián...
Mi hijo se llamará como su abuelo. El abuelo que nunca llegó a conocer.
Beso a Claudia en la frente.
-Es el mejor nombre que se le podía poner-afirmo con orgullo.
-Adrián...-repite Claudia.
Una criada entra y sale de la habitación. Trae toallas limpias. Viene con una olla de agua hirviendo. No entiendo el porqué está haciendo todo eso. Permanezco sentado en una silla junto a la cama donde yace Claudia. Sólo quiero ayudarla.
Las contracciones que sufre son intensas.
Hay sangre en la cama. Pienso que me voy a marear.
-Debería de haber ido yo mismo a buscar al médico-digo-Algo podría ir mal.
-Todo está bien, señor-me indica la comadrona con gran seguridad en sí misma-Por suerte, la futura madre goza de una excelente salud.
-Ella me está ayudando.
Me enerva la tranquilidad de la que hace gala Claudia. Yo no me quiero mover de su lado. Quiero estar presente cuando nazca nuestro bebé. ¿Qué será? Eso no debería de importarme. Tan sólo debe de importarme si Claudia estará bien.
Tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido.
Al ver la sangre manchar el colchón de nuestra cama, pienso que algo malo está pasando. Me aterra la idea de que le pueda pasar algo malo a Claudia.
Pasan como unas dos horas.
-¡Ya veo la cabeza!-exclama la comadrona contenta-¡Ya está aquí!
-¿Qué significa eso?-me asombro-¿Quién está aquí?
La comadrona me fulmina con la mirada. Debe de pensar que soy un inútil.
Siguiendo las instrucciones de la comadrona, Claudia empieza a empujar. Intenta sacar de su vientre a nuestro bebé. Se esfuerza en empujar cada vez que la comadrona se lo indica.
En un momento dado...
Claudia grita.
Emite un grito que se oye en toda la isla. Un grito desgarrador...
Y a ese grito se añade el llanto de un bebé que acaba de llegar al mundo.
-¡Es un niño!-exclama la comadrona, feliz.
Claudia está cansada después de tanto esfuerzo. Pero logra sonreír entre las lágrimas que surcan su cara.
Lleno de besos su rostro.
La comadrona envuelve a nuestro niño en una toalla limpia. Yo lloro al mismo tiempo que llora Claudia. Que llora nuestro hijo.
Coloca a nuestro hijo en brazos de Claudia. Yo no puedo apartar la mirada de aquel trocito nuestro. Reconozco en su carita mis rasgos. Mis ojos...La pelusilla de cabello que surge en su cabecita. Le acaricio la carita con la yema de los dedos.
Beso a Claudia en los labios con adoración.
Ella no puede contener las lágrimas que surcan sus mejillas, que son lágrimas de alegría. Me mira con amor. Y yo, a mi vez, también la miro con amor.
-Nuestro hijo...-murmura con orgullo.
-Haremos que se sienta orgulloso de nosotros, mi amor-le prometo.
-Y que entienda. Que sepa entender.
Me echo a reír de pura dicha.
-Dejen que lo lave-sugiere la comadrona.
Le tendemos al bebé para que lo lave.
No para de llorar.
La comadrona habla de sus fuertes pulmones. Vaticina que gozará de una excelente salud. Yo deseo que todo eso sea cierto.
-Ahora, toca ponerle un nombre-augura la comadrona.
-Adrián...-sugiere Claudia-Puede llamarse Adrián. ¿No te parece?
Adrián...
Como mi padre...A pesar de todo, era un buen hombre. Adrián...
Mi hijo se llamará como su abuelo. El abuelo que nunca llegó a conocer.
Beso a Claudia en la frente.
-Es el mejor nombre que se le podía poner-afirmo con orgullo.
-Adrián...-repite Claudia.
Hola, Laura, en primer lugar te agradezco mucho por dedicarme este capítulo y por tus hermosas palabras, gracias de todo corazón. Y además, estoy muy conmovida porque es un capítulo precioso y muy especial para los protagonistas de la historia, un momento maravilloso de su vida que me alegra compartir; gracias de nuevo.
ResponderEliminarUn besazo.
Hola Claudia.
ResponderEliminarMe alegro muchísimo de que te haya gustado. ¡De verdad!
Además, esta historia ya va tocando a su fin. Y...¡Hasta ahí puedo leer!
Un fuerte abrazo, amiga.