domingo, 9 de noviembre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORA CLAUDIA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE BUDA, DURANTE EL OTOÑO DE 1826

-Claudia, ¿aceptas a Ricardo como tu legítimo marido?-me pregunta el párroco de Buda-¿Prometes serle fiel en las alegrías y en las penas? ¿Prometes amarle y respetarle?
-Sí...-respondo, mientras noto cómo un nudo se forma en mi garganta-Acepto. Sí, quiero. 
-Ricardo, ¿aceptas a Claudia como tu legítima esposa?-le pregunta el párroco a Ricardo-¿Prometes serle fiel en las alegrías y en las penas? ¿Prometes amarla y respetarla?
-Sí...-responde él-Acepto. Sí, quiero. Sí, la quiero. Mi amada...
                        Ricardo y yo nos miramos a los ojos. 
                        Él me coge la mano. 
                        Para mí, es todo un sueño que nos estemos casando en la Ermita de Buda. Con mi padre siendo mi padrino de boda. Y con mi madre haciendo las veces de madrina. 
                         Todo empezó hace unos días, cuando mis padres fueron a vernos a Ricardo y a mí a nuestra casa en la isla de Medas Grande. Por lo visto, Augusta les escribió una carta contándoles dónde estábamos Ricardo y yo. Y vinieron a buscarnos. 
                        Lo que no esperaban era encontrarse con el hecho de que ya eran abuelos. Mi padre se quedó de piedra cuando yo le traje a Adrián, su nieto. Mi madre rompió a llorar. 
                         Yo sospecho que mis padres debieron de haber cedido hace tiempo. No vinieron con ganas de discutir con Ricardo y conmigo. 
                         Cuando nos encontramos en el salón de casa, me di cuenta de que estaban muy delgados. Sentí una dolorosa punzada en el pecho al imaginar cuánto debían de haber sufrido por nuestra huida. 
-Vosotros siempre habéis estado muy unidos-dijo mi padre-De un modo muy estrecho...Era una unión que nunca quisimos ver como algo que no fuera simple cariño fraternal. Entre primos...Entre hermanos...Pero no era así. Nunca fue así. 
                            Ricardo le enseñó a mi padre la dispensa papal que había logrado. Mis padres tuvieron que aceptar que nos amábamos. 
                            Tuvieron que aceptar que teníamos un hijo. Ya no se podía dar marcha atrás. 
                            Regresamos a Buda con ellos. Decidimos entre todos que la boda se celebraría en la Ermita. Asistirían unos pocos invitados. 
                           Los últimos días han sido realmente agotadores. Los preparativos se organizaron a toda prisa. 
                           Llevo puesto el mismo vestido de novia de color blanco que llevó mi madre el día que se casó con mi padre. Me he sentido orgullosa cuando he entrado cogida de su brazo en la Ermita. Y cuando he visto a Ricardo de pie ante el Altar, con mi madre. 
                           Augusta ha regresado a Buda. Llegó hace unos días, mientras mi madre y yo hablábamos acerca del menú que se serviría durante el banquete. 
                           Augusta y yo nos hemos fundido en un fuerte abrazo. 
                          Ricardo y ella salieron a dar un paseo. 
                          Regresaron al cabo de dos horas. Los ojos de Augusta estaban hinchados de tanto llorar. Y me fijé en que Ricardo también había estado llorando. 
                          Venían abrazados. 
-He sido muy injusta con vosotros-admitió Augusta entre sollozos. 
                          Mi prima está sentada en el primer banco. Sus ojos, ahora, están llenos de lágrimas que quiero pensar que son de alegría. Quiero pensar que es feliz. Que ha asumido finalmente que Ricardo y yo hemos nacido para estar juntos. 
                         Y mi corazón parece estallar en júbilo cuando el párroco nos declara a Ricardo y a mí marido y mujer. Marido y mujer...¡Dios mío! ¡Todavía no puedo creérmelo!


                            Yacemos desnudos sobre la arena de la playa. 
                            Es nuestra noche de bodas. 
                             Ricardo me besa de manera apasionada en los labios y yo me entrego a su beso con la alegría de saber que vamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos. 
                            Después, me olvido de todo. Las estrellas brillan más que nunca en lo alto del cielo. La Luna...¡Cuán brillante está la Luna! 
                            Ricardo me besa repetidas veces en el cuello. Me acaricia con las manos. Me abraza. Llena de besos mis pechos. 
                            Y es en ese momento cuando sopla una brisa suave. 

2 comentarios:

  1. Lilian, que alegría la unión de Claudia y Ricardo. Confieso que fue toda una sorpresa encontrarme con un trozo del diario de la "señora Ballester". Ahora que el amor de los protagonistas ha sido aceptado, espero que la frase con que terminaste no sea el final de la historia.

    Un beso.

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    1. Hola Jennieh.
      Aunque la voz principal es la voz de Claudia, también hay anotaciones de los diarios de Ricardo y de Augusta contando su parte de a historia.
      Efectivamente, no es el final de la historia porque todavía quedan algunos fragmentos.
      Mi deseo es terminarla esta semana porque ya va tocando.
      Un fuerte abrazo, Jennieh.
      Me alegro mucho de que te haya gustado este fragmento.

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