martes, 1 de abril de 2014

UNA BRISA SUAVE

13 DE MARZO DE 1825

                       Todos asistimos hoy domingo a la Misa de doce, que se celebra en la Ermita de la isla. 
                       Toda la familia ocupa uno de los bancos principales de la Ermita. 
                       Me coloco al lado de Augusta. Mi prima pasa toda la Eucaristía de rodillas. Sujeta con fuerza su rosario. Abro el misal que mi madrina y tía, la madre de Augusta y Ricardo, me regaló cuando hice la Primera Comunión. Han pasado ya diez años. Pero se conserva bien. 
                      Leo las oraciones que recita el sacerdote en mi misal. Intento prestarle atención a la Misa. 
                      Augusta está rezando. Parece estar absorta a todo lo que ocurre a su alrededor. Mis padres intentan que se levante. Pero ella no quiere. 
                      Augusta estaba sentada antes de arrodillarse entre Ricardo y yo. 
                      Ahora, Ricardo puede mirarme cuantas veces quiera. Yo trato de fingir que no soy consciente de lo que está haciendo. 
                      Pero me está mirando. Y su mirada es muy extraña. 
                     Me mira con anhelo. Me mira con amor. Y yo no quiero que me mire así. Porque estamos en la Ermita de la isla. Porque mis padres están aquí, igual que su hermana. Porque alguien podría darse cuenta del porqué me está mirando de ese modo.