sábado, 29 de junio de 2013

UNA BRISA SUAVE

                     1 de marzo de 1825

                 Dejo que pasen los minutos. Debería de estar acostada. Pero no me acuesto. Permanezco sentada en la cama. Puedo escuchar a lo lejos la campana de una Iglesia. ¿Es la Iglesia de la isla? Ya no sé nada. Mi mente es un caos. Estoy sentada en mi cama.
                  Me pongo de pie. Me paseo por mi habitación. Quiero hacer una cosa. Y mi sentido común me dice que es una locura. Siento que mi vida entera es una locura. ¿Qué es lo que ha cambiado?
                  Me asomo por la ventana. Son pocas las estrellas que brillan esta noche en el cielo. Soy yo la que ha cambiado. Me he enamorado. Ya estaba enamorada antes. No quería verlo. Ahora...Para mi desgracia...Lo veo todo demasiado claro. Y eso es lo que más me asusta.
                  Salgo de mi habitación procurando hacer el menor ruido posible. Soy dueña de mis actos. Dejo que mis pies cubiertos por mis zapatillas me lleven a la habitación de Ricardo. ¿Estará aquí?, me pregunto. ¿Habrá salido? No sé porqué esta noche siento el irresistible anhelo de estar con él. De yacer entre sus brazos. Me cubro los hombros con un chal. Llevo puesto mi camisón.
                   Todo el mundo duerme. Paso delante de la habitación de Augusta. Mi prima está profundamente dormida. Veo cómo su pecho sube y baja al respirar.
                     Entro en la habitación de Ricardo. Me sorprendo al ver que mi primo duerme desnudo. Su torso está desnudo. No quiero ni pensar lo que encontraré bajo las sábanas.
                     Me acerco despacio a él. Empiezo a besarlo. Lo beso suavemente por toda la cara. Lo beso de lleno en la boca. Noto que se mueve. Que se está despertando. Abre sus ojos y los posa en mí.
-Claudia...-susurra al verme.
                  La habitación está sumida en la penumbra. No puede ver mi rostro ruborizado. Pero sí puede ver mis ojos llenos de anhelo. Mi pelo rubio que cae suelto sobre mi espalda.
                 Alza una mano y me acaricia el rostro con la yema de los dedos.
-Si quieres, me voy-le digo.
-No te vayas-me ruega-Quédate conmigo, prima.
                 Hace que me siente a su lado. Él mismo se sienta en la cama mientras yo pongo los pies encima del colchón.
-No hagas ruido-le pido-No quiero que nadie se despierte. Y me vea aquí.
        


                 Mi corazón late muy deprisa dentro de mi pecho. Por un lado, deseo salir corriendo de esta habitación. Por el otro lado, quiero quedarme.
-Claudia, antes o después, esto tenía que pasar-me asegura Ricardo-¡No podemos controlar lo que sentimos! No recuerdo en qué momento empecé a amarte. Creo que he pasado toda mi vida amándote. No debería de ser así. Pero es así.
-No sé qué hacer con lo que siento dentro de mi pecho-me asusto.
               Ricardo está completamente desnudo. Ya no me cabe la menor duda. Al meterme en la cama con él, mis piernas rozan las suyas. No lleva ni siquiera puestos unos calzones. Debo de ponerme roja como la grana. Me susurra palabras de amor al oído. Mientras, me despoja de mi camisón. Quedo tan desnuda como él. Aún siento pudor. Pero quiero que me vea desnuda. Como él está desnudo. No me cubro con las manos. Pero sí me meto debajo de las sábanas.
-Tienen que entenderlo-me asegura-No sé cuánto tiempo podremos guardar silencio.
-No hables de eso ahora-le pido-Disfrutemos del momento. Estamos tú y yo solos.
                Ricardo me besa con pasión en la boca. Respondo a su beso con la misma pasión que él. Siento que esta noche no soy yo. Soy otra. Otra Claudia...
                 Ricardo recorre mi cuello con sus labios. Me besa en los hombros. Sus manos se deslizan por mi cuerpo. Me abraza con fuerza. Me acaricia con sus manos despertándome a la vida. Al placer...
              Así es como tiene que ser, pienso.
               Ricardo lame mis pechos con suma delicadeza. Succiona suavemente mis pezones. Mis manos empiezan a acariciar cada rincón de su cuerpo. Deseo que sea mío en cuerpo y alma. Beso su cuello.
                Nos besamos. Nos besamos muchas veces. No quiero que deje de besarme. No quiero que deje de quererme. Que no me ame como yo le amo a él.
              Ricardo llena de besos cada centímetro de mi cuerpo. Me acaricia con suma delicadeza. Lame cada centímetro de mi piel. Me estrecha entre sus brazos con fervor. Siento cómo su cuerpo invade mi cuerpo. Me abro para recibirlo dentro de mí. Para poder fundirme con él.
              No siento que estemos haciendo algo malo. Es pecaminoso el placer que Ricardo me causa. Pero quiero disfrutar de ese placer pecaminoso. Quiero quedarme en su cama para siempre. Ya no es sólo su cama. También es mi cama. Nos convertimos en un solo ser. Dejamos de ser Claudia y Ricardo.
-¿Te vas a ir?-me pregunta con la voz rota.
-Preferiría quedarme-le respondo.
                   Una parte de mí me dice que estoy cometiendo una locura. En cualquier momento, alguien se puede despertar. Alguien puede ir a mi habitación. Y verá que no estoy. La luz de la Luna se cuela por la ventana de la habitación de Ricardo. Le da de lleno en la cara.
                   ¡Es tan apuesto y tan dulce!, pienso con arrobo. Me pongo tensa al pensar en que alguien puede encontrarnos juntos. Su mirada se llena de deseo cuando la posa en mi cuerpo. No debe de dolerme que nos encuentren juntos.
-Claudia...-me susurra con dulzura-Podemos estar juntos.
-No digas nada-le ruego.
-Pero...
                      No quiero escuchar lo que me quiere sugerir porque me da miedo que me pida que cometamos una locura. Ricardo siempre ha sido así. Siempre ha sido muy impulsivo.
                      Yo debo de ser la única cuerda de los dos por nuestro propio bien.
                     El cuerpo de Ricardo se pega más a mi cuerpo.
                     Sus manos se posan con delicadeza sobre mis hombros. Me acaricia la mejilla con la mano, haciendo que lo mire.
                     ¿Puede adivinar lo que estoy pensando?
                     Soy yo la que se acerca aún más a él para besarlo con dulzura. El beso que me da él es más apasionado. Los besos que nos damos a continuación son más fogosos y más largos. Miro mi ropa, que está esparcida por el suelo de la habitación.
-Claudia...-me llama con la voz ronca.
                    Todavía no me puedo creer que esté en la cama de mi primo.
                    Los dos no podemos dejar de besarnos ni de acariciarnos el uno al otro con las manos y con los labios.
                     Sigo sin creerme lo que he hecho ni lo que estoy haciendo. Soy una ramera. ¡Esta ramera no puedo ser yo! La dulce Claudia...La tranquila Claudia...La fría Claudia...
                    Ricardo está muy excitado. Lo quiere todo de mí. Le oigo susurrar mi nombre una y otra vez mientras llena de besos mi cara.
-No...-le pido-No digas mi nombre.
-Claudia...-me dice-Mi amor...
                  Yo tengo mucho miedo de que alguien nos descubra. Pero, al mismo tiempo, no quiero alejarme de su lado.
                   Los besos que me da son ardientes. Los besos que me da son sensuales.
                   Largos...
                  Los besos que me da están llenos de dulzura.
                  De cariño...
                 Los besos que me da están llenos de amor.
                 No quiero que esta noche termine.
                 No quiero que acabe esta noche de pasión. Y no quiero volver a mi habitación antes de que llegue el amanecer.
                La boca de Ricardo se pasea por mi cuello. Lame mis pechos con sumo deleite. Me besa en el vientre. Sus labios recorren mis piernas.
                 Yo no pienso en que lo que estoy haciendo está mal porque una parte de mi mente se nubla.
                 Le acaricio la espalda con las manos.
                Estamos llenos de deseo. Poco a poco, Ricardo se va introduciendo en mi interior. Los dos nos fundimos nuevamente en un solo ser.
                Me besa con dulzura cuando todo estalla a nuestro alrededor.
-Quédate-me suplica.

viernes, 28 de junio de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Hoy, vamos a continuar con una nueva anotación del diario de Claudia.
¡Vamos a ver lo que pasa!

                     28 de febrero de 1825

                     Augusta y yo salimos a dar un paseo. Vamos caminando. No queremos pasear en faetón. Mi prima no para de hablarme de los campeonatos de tiro con arco en los que ha participado. Lleva consigo su cuaderno de dibujo.
-Soy una excelente tiradora-se jacta-Puedo acertar de lleno a una manzana que se encuentre a un kilómetro de distancia. La pena es que aquí no se celebran muchos campeonatos de tiro con arco.
-No vive mucha gente aquí-le recuerdo.
-A veces, tengo la sensación de estar viviendo en mitad de un cementerio. No hay bailes. No se organizan excursiones. Bueno...De vez en cuando...Sí...Se celebran cacerías. Y soy muy buena tiradora. Pero...Echo de menos algo más de emoción. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
-Las futuras condesas no buscan emociones fuertes.
                Augusta lanza un bufido. En otro momento, la habría regañado por su comportamiento. Es impropio de una dama. Pero recuerdo que no soy quién para regañarla.
-Me aburro, Claudia-se lamenta-Dafne está triste. Mi hermano es un idiota. Y no le hace caso.
-Lo siento mucho-me excuso-Por los dos...
-Tú no tienes la culpa, prima. Pero me haría ilusión verlos casados.
                 Vemos a campesinos que arrancan las malas hierbas que crecen en los arrozales.



-Está empezando a anochecer-le indico a Augusta-Deberíamos de volver a casa.
-Me apetece pasear un ratito más-insiste mi prima-Además, aún no es hora de volver. No se ha servido aún la cena. Y...Yo...No tengo hambre.
-Tienes que comer, prima.
-Tengo muchas preocupaciones en la cabeza.
-Ricardo...El conde...Dafne...
                Augusta asiente con tristeza. Me siento culpable porque la veo triste. Ella sólo quiere que Ricardo sea feliz. Piensa que su felicidad está al lado de Dafne. Pienso que lo mejor para los dos es que Ricardo esté con Dafne. El problema está en que yo no quiero que esté con ella. ¡Yo quiero que esté conmigo! Aparto la vista para no ver el rostro preocupado de Augusta. Y me siento culpable porque ella no es feliz.
-Prima...-le digo.
-¿Qué quieres, Claudia?-me pregunta Augusta
-Nada...
-Empieza a hacer frío. Todo el mundo regresa a sus casas. Será mejor que nosotras hagamos lo mismo. No ha sido mi tarde para dibujar. ¡Ni siquiera se me da bien el dibujo!
                Damos media vuelta. Iniciamos el camino de vuelta a la masía. Creo ver cómo Augusta se seca una lágrima que rueda furtiva sobre una de sus mejillas. Siento una presión dentro de mi pecho. Augusta se cuelga de mi brazo para caminar. ¿Cómo es posible que confíe en mí?, me pregunto.

miércoles, 26 de junio de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Hoy os traigo las anotaciones de los diarios de Ricardo y Claudia.
Espero que os guste.

 
DIARIO DE RICARDO

                         26 de febrero de 1825

                        Tengo ganas de vomitar.
                         Don Enrique ha venido hoy a ver a Augusta. Para mi desgracia, no ha venido solo. Pedro y Dafne han venido con él.
                        Los seis nos sentamos en el salón. Dafne se sienta a mi lado. Tengo que soportar el ver cómo Pedro se sienta al lado de Claudia.
-Está especialmente guapa esta tarde, señorita Ballester-la adula.
-Es usted muy amable-contesta Claudia-Pero debería dejar a un lado los halagos.
-¿Acaso no le gusta que la piropeen? ¡Qué raro! A todas las mujeres les gusta saber que son del agrado de los hombres.
                     No sé de lo que están hablando Augusta y el conde, pero mi hermana no deja de sonreír. Dafne intenta rozar su rodilla con mi rodilla sin conseguirlo.
                    Los dos nos sentimos visiblemente incómodos en este momento.
-¿Ha hablado Claudia contigo?-me pregunta Dafne.
-Sí...-le respondo-Claudia ha hablado conmigo. Me ha transmitido tu mensaje. ¿Te has vuelto loca?
-Por favor, Ricardo. Ya no somos niños. No sigas negándolo. ¡Tú me quieres!
-¡Por el amor de Dios! Hay gente cerca de nosotros. Deberíamos de hablar de esto en privado. ¿No te parece? No podemos hacerlo ahora. Delante de mi hermana...De mi prima...
                 El conde coge la mano de Augusta y se la besa.
-Tu hermana está ocupada con el conde-me indica Dafne-Y tu prima parece tener una conversación muy animada hablando con el señor Serrano.
                Me giro hacia el lugar donde están hablando Claudia y el imbécil de Pedro.
-Lo que me está diciendo es una total falta de respeto-le reprocha Claudia-Va contra el decoro hablar así.
-No le estoy diciendo nada malo, señorita Ballester-insiste ese hijo de perra-Es la verdad. Siento algo muy especial por usted. ¿No me cree?



                Deseo ponerme de pie. He de partirle la cara a ese miserable. ¡Los hay que no aprenden! Claudia me mira con ojos llenos de desesperación. No quiero que ese malnacido le haga daño. Me pongo de pie.
-Lamento ser desagradable-digo-Pero se está haciendo un poco tarde. Y a mi prima le duele la cabeza.
-¿Se siente mal, señorita Ballester?-le pregunta don Enrique a Claudia-¿Quiere que avise a un médico?
-No...-responde ella-No hace falta. Es sólo una pequeña molestia. No es nada.
               Dafne va hacia donde está ella y la abraza.
-¡Oh, querida!-se lamenta-¡Cuánto lo siento! Yo hablando sin parar con Ricardo. Y te he molestado. Te ruego que me perdones.
                 Claudia no le dice nada. Me está mirando con gesto de agradecimiento. La expresión de mi hermana, en cambio, es de auténtica perplejidad. No entiende nada de lo que está pasando.
-Vendré a verla otro día, señorita Ballester-le promete don Enrique-Cuando su prima esté mejor.
-Yo lo estaré esperando, Excelencia-le asegura Augusta-Como siempre...Yo lo espero.
-Eso quiero. Que me espere.
              Coge la mano de Augusta. Se la besa. Contemplo la escena con el ceño fruncido. Sigue sin gustarme ese conde. Hay algo en él que no me agrada. Pero no sé si debo decírselo a mi hermana.
              Don Enrique, Dafne y Pedro se marchan. En el salón nos quedamos solos Augusta, Claudia y yo. Mi prima permanece sentada en el sofá con gesto lánguido. Agradece que se hayan ido. Augusta nos mira de hito en hito a Claudia y a mí.
-¿Quieres acostarte un rato?-le pregunta a nuestra prima.
-Gracias...-responde ella-Pero creo que me quedaré aquí un ratito. No es nada, prima. Es sólo una ligera molestia. Se me pasará.

 
DIARIO DE CLAUDIA
 
                          27 de febrero de 1825
 
                        Salgo al jardín a dar un paseo. Agradezco el poder pasar la tarde sola. Augusta ha ido a visitar a Dafne. No sé cómo no me levanté ayer del sofá y le saqué los ojos. ¡Es una descarada! ¡No paraba de coquetear con Ricardo! ¿Dónde se ha visto tanta desfachatez? ¡No es nada decoroso! Me interrumpo en este pensamiento. Soy una redomada hipócrita  por pensar así. Dafne coquetea con Ricardo. Y yo me he acostado con él. ¿Quién es peor de las dos?
                   Yo...
-Claudia...-oigo una voz a mis espaldas masculina.
                 Me doy la vuelta. Me encuentro con Ricardo, que avanza despacio hasta mí. Quiero huir. Pero no quiero huir.
-Ha sido todo una locura-le digo.
-¿Por qué dices eso?-me pregunta.
-Porque lo es. Eres mi primo. Lo que pasó la otra noche no debió de haber pasado.
-Claudia...¿Te arrepientes de haber hecho el amor conmigo?
                Nos dejamos caer en el suelo.
-No lo sé-le confieso-No soy virgen. Ningún hombre querrá casarse conmigo.
-Me menosprecias-se lamenta Ricardo-Yo sí quiero casarme contigo.
-No podemos. ¿No te das cuenta?
-¡Podemos! Conseguiré una dispensa papal. Hablaré con el tío Tomás y con la tía Prudencia. ¡Tendrán que entenderlo! ¡Tendrán que dar su brazo a torcer!
                Nos acostamos sobre la hierba. Siento que la cabeza me da vueltas. ¿No se da cuenta Ricardo que está diciendo disparates?
-¿Cuándo empezó todo?-le pregunto.
-Ni yo mismo lo sé-responde-Ha sido algo que ha ido creciendo con el paso de los años.
-Sigo pensando que es una locura.
                  Nuestras miradas se encuentran y nos fundimos en un beso cargado de ternura.
-Eres mi vida, Claudia-me asegura-Sin ti, no podría seguir viviendo.
                 Mis ojos se llenan de lágrimas.
-A mí me pasa lo mismo-le confieso-Te amo tanto que me moriría si no estuviera contigo. Dafne...
                Ricardo me hace callar.
-No la amo-insiste.
               No sé qué pensar. Por un lado, deseo que se enamore de Dafne. Por el otro lado, no quiero que eso pase.
-Nunca la amaré-insiste Ricardo.
-Me alegro-afirmo-¡Qué Dios me perdone!
              Nos levantamos del suelo. Nos sentamos en un banco.
              No sé qué pensar. Siento que estoy soñando. Nada de lo que está pasando es real. ¡Pero es real! Apoyo mi cabeza en el hombro de Ricardo. En estos momentos, lo único que quiero es estar con él. Aunque esté cometiendo el mayor error de mi vida.
 
                  


-Vamos a hacer una cosa-me dice Ricardo-Vamos a ser fuertes.
-No soy fuerte-me lamento.
-Vamos a pelear por nuestro amor. Claudia, hemos nacido el uno para el otro. Un amor como el nuestro no puede extinguirse nunca. Somos uno.
-Es verdad.
                     Volvemos a besarnos. Esta vez, el beso que nos damos es más apasionado. Más intenso...Más largo...No queremos separarnos. Nuestras bocas hablan por nosotros. Ellas...Expresan amor. Todo el amor que Ricardo y yo sentimos el uno por el otro. Mi primo, pienso. Mi amor...

martes, 25 de junio de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Hoy, os traigo las anotaciones de los diarios de Claudia y de Ricardo.
Espero que os gusten.

DIARIO DE CLAUDIA:
 
                   24 de febrero de 1825

                     Después de varios días de ausencia, el conde ha regresado.
                     Ha venido a ver a Augusta. Dado que no es prudente que estén solos, he hecho las veces de carabina. Permanecemos paseando por el jardín.
                    Augusta y don Enrique hablan de todo. Y, al mismo tiempo, no hablan de nada. El conde no le da muchas explicaciones acerca del porqué ha permanecido ausente durante todos estos días.
-Entiendo que tenga mucho trabajo-dice Augusta.
-La he echado de menos, señorita Ballester-le asegura el conde-Se lo puedo jurar.
-Le creo.
                    En el fondo, Augusta desea creer al conde. Quiere pensar que don Enrique ha pasado todos estos días pensando en ella. Echándola de menos. Me fijo en que el conde sigue interesado en cortejar a mi prima.
                     Quiero alegrarme por ella. Pero me cuesta trabajo sentir dicha por Augusta. Sospecho que don Enrique no está enamorado de ella. Está interesado en Augusta porque desea casarse. Y Augusta tiene miedo, en el fondo, de quedarse soltera. Por eso, le permite que venga a verla. Que la corteje. Quiere pensar que el conde está realmente enamorado de ella.
-Cuénteme lo que ha estado haciendo durante estos días que he estado fuera-le pide don Enrique a mi prima.
-No he estado haciendo gran cosa, Excelencia-le asegura Augusta-He estado haciendo un poco de Celestina. Mi hermano y mi mejor amiga, Dafne Velasco, podrían hacer una bonita pareja. El problema es que Ricardo no quiere admitir que está enamorado de Dafne
                 ¡El problema es que Ricardo está enamorado de mí!, deseo gritar. Pero las palabras mueren en mi garganta.
-Claudia ha intentado hacer entrar en razón al cabezota de mi hermano-dice Augusta-¿No es verdad, prima?
           Me mira. Se está dirigiendo a mí.
-Es verdad-le corroboro-Pero...¡Ya le conoces! ¡No hace caso de nadie!
              Augusta sonríe. No sé en qué estará pensando. ¿Estará pensando en Ricardo? ¿O estará pensando en que el conde le ha besado las manos en cuanto la ha visto en el jardín? Incluso, se ha atrevido a cogerle una mano. Y se la ha besado. Y yo...Pienso en la noche que he vivido con Ricardo. Abrazada a él. Besándonos.
-¡Ya lo ve, señor conde!-sonríe Augusta-No hace caso de nadie. Ni siquiera de Claudia...
-Podría yo hablar con él-se ofrece don Enrique.
-¡Oh, por favor!-se emociona Augusta-Hágalo. A lo mejor, a usted le hace caso.
-O no...-intervengo-Prima...-Me dirijo a Augusta-Ricardo no le ha hecho caso a nadie. Ni a ti...Ni a mí...
-¡Con don Enrique será distinto!-se emociona Augusta-¡Es conde!

 

             Don Enrique parece emocionarse al ver feliz a Augusta. Le coge las manos. Se las besa. La mira con arrobo. Y yo...
              ¡Yo, mientras, deseo morirme!
              Nadie se fija en mí. Siento que he empalidecido.
             Ricardo...Con Dafne...
             Augusta no sabe nada, pienso.
              No me he atrevido a contarle nada. Tengo miedo de su reacción. Me asusta la idea de que se enfade conmigo. Después de todo...Somos familia. Soy su prima.
              Desearía estar muerta. No quiero que nadie me separe de Ricardo. Pero no soy quién para exigir nada. Ricardo debería de estar con Dafne. No conmigo...
               
 
DIARIO DE RICARDO:
 
                   25 de febrero de 1825
 
                    Don Enrique y yo nos hemos encontrado en la taberna de la isla. Damos cuenta cada uno de un chato de vino.
                    Don Enrique habla sin parar. Me cuenta que ha estado hablando con Augusta. Que está al tanto de que he rechazado a Dafne.
-Tu hermana piensa que esa joven te conviene-me asegura-No vas a encontrar a joven mejor que la señorita Velasco.
-¿Y por qué no se casa con ella?-le replico-Hacen buena pareja. Dafne está buscando un marido.
-Pero ella quiere casarse contigo.
-¿Y usted quiere casarse con mi hermana, Excelencia?
                 No hay mucha gente en la taberna. Agradezco poder hablar con más tranquilidad con don Enrique. El pretendiente de mi hermana no termina de caerme bien.
-No estamos hablando de Augusta y de mí-me replica-Estamos hablando de tu futuro, Ricardo. Tienes que casarte con una joven que te ame. Que te quiera.
                Me muero de ganas de subirme a lo alto de la posada. De gritarle a los cuatro vientos que ya he encontrado a esa joven. Y que su nombre es Claudia Ballester.
-¿Qué defecto hay en la señorita Velasco?-prosigue don Enrique con su ataque. No le escucho-He estado hablando con tu hermana. Te puedo asegurar que no tiene mácula alguna. Es hermosa. Goza de una buena salud. Tiene una buena dote.
-Todo eso a mí no me interesa-le corto.
-Es virtuosa. Un hombre busca una esposa virtuosa.
 
               Me pregunto el porqué mi hermana se ha enamorado de este imbécil. Será conde. Pero no tiene cerebro.
               Creo que Augusta no ama a don Enrique.
               Mi hermana está desesperada por casarse. Le da igual con quién. Va a la desesperada. No se fija en nada. No se fija en nadie. Don Enrique nunca la hará feliz. Lo intuyo. Augusta será una desgraciada a su lado. ¿Por qué no lo envía ya al Infierno?, me pregunto.
-Se está haciendo tarde-le digo a don Enrique-Y será mejor que regrese a casa. Me están esperando para cenar.
-¿Seguirás mi consejo?-indaga el conde.
              Apuro mi vaso de vino. Me dan ganas de arrojárselo a la cara. Una mujer con cara cansada dormita detrás de la barra. Un hombre está acostado sobre una mesa de madera que hay al fondo. Le oigo roncar. Un jovenzuelo barre, mientras, la taberna. Su gesto carece por completo de expresión. Quiero salir de allí.
-Haré lo que me plazca-le contesto-Gracias por la invitación.
-Pero...-balbucea el conde.
            Me pongo de pie. Salgo de la taberna. No quiero seguir escuchando más tonterías.
            Regreso a casa a pie. Necesito que me dé el aire fresco. Y necesito ver de nuevo a Claudia. ¿Dónde estará?
                Llego a casa. Voy directamente a la biblioteca. Claudia está allí leyendo. Es un ratoncito de biblioteca, pienso con orgullo.
              Alza la vista al ver que no está sola.
-¿Ya has vuelto?-se sorprende-No te esperaba tan pronto.
-Mi hermana ha atraído la atención del mayor idiota del Universo-le cuento.
-Don Enrique se preocupa por tu bien.
              Claudia cierra el libro y se acerca a mí. La beso con pasión en la boca. Lleno de besos su carita adorable. La abrazo. Necesito de ella. No puedo amar a Dafne. No...Cuando Claudia es la que ocupa mi corazón. Mis pensamientos...La otra noche, me entregué a ella en cuerpo y alma. Y volvería a hacerlo mil veces. Claudia es mía. Y yo soy suyo. Nos pertenecemos el uno al otro.
 


domingo, 23 de junio de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
A partir de ahora, siempre que pueda, iré subiendo una anotación del diario de Claudia.
Ha pasado de ser un conjunto de microrrelatos entrelazados a convertirse en un diario por derecho propio.
Vamos a descubrir una nueva anotación de su diario.

                     23 de febrero de 1825

                    Me despierto. Todavía no ha amanecido. Noto que no estoy sola en mi cama.
                    Hay unos brazos que rodean mi cintura. Me giro poco a poco. Siento una pequeña molesta en mi bajo vientre. Al girarme, me encuentro con el rostro de Ricardo, que está dormido.
                   ¡Dios mío!, pienso con sobresalto. ¿Qué hemos hecho?
                    Decido llenar de suaves besos su rostro con la intención de despertarle y se vaya de mi habitación. ¿Y si lo encuentra alguien? Poco a poco, Ricardo va abriendo los ojos.
-Buenos días...-me saluda.
-Buenos días-le devuelvo el saludo.
-Aún no ha amanecido.
                Me siento en la cama. Me cubro con la sábana. Siento un extraño pudor. Ricardo ya me vio desnuda la noche antes.
-Aún así, creo que es mejor que te vayas-le pido-Podría entrar la doncella en cualquier momento. Y te vería.
-Entiendo-suspira.
                   Ricardo me sonríe con tristeza. Alza la mano para acariciar mi pelo suelto. Puedo ver en sus ojos que no se arrepiente de lo que hemos hecho. Y, para ser sinceros, yo tampoco me arrepiento. Me da un beso suave en los labios.
                  Pienso en lo bonito que es despertar a su lado. No debe volver a repetirse lo ocurrido la noche antes.
-Ahora, tendremos que casarnos-dice Ricardo.
-No te he pedido que te cases conmigo-le recuerdo.
-Mi tío no podrá hacer nada. ¡Por nuestro honor, Claudia! No quiero ver tu nombre arrastrándose por el fango. Lo que hice anoche fue abominable. Estuvo mal. Y...
-¿Te arrepientes de haberte acostado conmigo?
-¡No! ¡Eso nunca! ¡Qué Dios me perdone!



                  Ricardo y yo nos fundimos en un apasionado beso. Nos separamos y yo hundo mi cara en su pecho. Escucho los latidos de su corazón y pienso que es la música más hermosa que jamás he escuchado. Ricardo me besa repetidas veces en la frente.
-¿Qué vamos a hacer ahora?-le pregunto.
                   Sigo haciéndome la misma pregunta esta mañana. Mi doncella entra en mi habitación.
                   Ve una mancha roja muy pequeña en la sábana. No dice nada.
-Coja un paño limpio-me indica-Podría manchar los calzones.
                   Me lavo de manera rápida. Mi doncella me ayuda a vestirme. Escojo un vestido de color azul claro.
-Le sienta bien este color-comenta mi doncella-Hace juego con sus ojos.
                   No digo nada. Debe de pensar que ha debido de bajarme la regla. Mis mejillas se encienden. Mi doncella me recoge el pelo en un moño.
                   Todo me parece distinto cuando me reúno con mi familia en el comedor.
                   Sentada a la mesa, noto cómo la mirada de Ricardo se clava en mí mientras unto con mano temblorosa mantequilla en una de mis tostadas. Se me sale la mantequilla. Mi madre se da cuenta.
-Ten cuidado, hija-me exhorta-Puedes mancharte el vestido.
-La verdad es que no te entiendo, hermano-le recrimina Augusta a Ricardo-Me imagino que Claudia habrá hablado contigo. Y me imagino lo que habrás respondido. Un no rotundo...
-¿De qué estás hablando?-le interroga Ricardo.
-Estoy hablando de Dafne. Está enamorada de ti. ¡Y tú la rechazas!
                Ricardo nos mira de hito en hito a Augusta y a mí. No quiero fijarme en los pantalones blancos que lleva puestos, que se ciñen a sus piernas. No quiero pensar en lo guapo que está con su chaleco de color marrón. No quiero pensar en cómo me besó anoche.
-Se trata de mi vida, hermana-le reprocha.
-Y no quiero que cometas un terrible error-insiste Augusta.
-En el fondo, tu hermano tiene razón, querida-interviene mi madre-Preocúpate del conde. Ese hombre ya no viene a verte. Y, para ser sincera, no me gusta. Antes, estaba muy interesado en ti.
-El conde está ocupado con sus cosas-afirma Augusta-Pero vendrá a verme. ¡Él me quiere, tía Prudencia!
                 La mano de Augusta tiembla cuando se lleva su taza de café a los labios para beber un sorbo.



-Pues yo insisto en que Dafne y tú hacéis una bonita pareja-dice-Además, el conde vendrá a verme. Me lo ha prometido.

sábado, 22 de junio de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Debo de pedir perdón por el haber estado ausente durante tanto tiempo.
A parte de que estaba distraída con otros proyectos, ¡olvidé la contraseña de este blog! No lo tengo en la misma cuenta donde tengo los otros blogs.
Por suerte, he recuperado la contraseña.
He hecho algunos cambios, como podéis ver. A un lateral, veréis las fotos de los actores que, en mi opinión, mejor representan a los protagonistas.
También he hecho un leve cambio en la historia. Desaparece el personaje de Anabel, el primer amor de Ricardo, y lo he hecho virgen. Me pareció que debía de estar en igualdad de condiciones con Claudia.
He decidido tomarme esta historia con calma. Subiré siempre que pueda. Pero lo haré en forma de anotaciones del diario de Claudia.
Espero que os guste esta anotación del diario de nuestra protagonista.
Muchas gracias por vuestra comprensión.

                  22 de febrero de 1825

                  Miro las rosas del jarrón que hay en el salón. Augusta está interpretando una pieza sentada al piano. Es demasiado temprano como para retirarnos a descansar.
                  Siento la mirada de Ricardo fija en mí. Ardo en deseos de huir de esa mirada.
-Me duele la cabeza-le digo a mi padre.
                     Me pongo de pie. No dejo que nadie me haga ninguna pregunta. Simplemente, me retiro. Pero sigo notando la mirada de Ricardo fija en mí. No me ha creído.
                     Llevo puesto mi camisón. Mi doncella me cepilla el pelo.
-No tiene buena cara, señorita-observa-¿Le ha sentado mal la cena? Si quiere, le puedo pedir a la cocinera que le prepare una manzanilla.
-Sólo necesito descansar un poco-miento-Mañana por la mañana, estaré mucho mejor. Sólo quiero dormir.
-De acuerdo...
                     Mi doncella hace una ligera reverencia. Se retira. Me quedo sola en mi habitación. No tengo sueño.
                     De pronto, alguien golpea la puerta. Para mi sorpresa, es Ricardo el que entra. Me pongo muy nerviosa. ¿Le habrá visto alguien entrar?
-¿Qué estás haciendo aquí?-le pregunto.
-Quería saber el porqué te has retirado tan pronto-responde Ricardo-Y no me vale la excusa de que te duele la cabeza.
-¡Qué locura!
-Vamos a terminar los dos volviéndonos locos, Claudia.
                    Me dejo caer en mi cama y rompo a llorar sin poder evitarlo. Escucho las palabras de Ricardo diciéndome que nadie tiene la culpa de que nos hayamos enamorado. Me abraza con fuerza.
-Nadie puede separarnos-me asegura.
                   Me maldigo a mí misma por haberme enamorado de él.
-Cuando mis padres se enteren, pondrán el grito en el cielo-me asusto.
                   Desde mi habitación, escucho el sonido de las olas. Antes, he estado mirando a través de los cristales de mi ventana. He visto la Luna. Brillaba en lo alto del cielo. Las estrellas salpicaban el fondo de color azul oscuro. Es una noche mágica, pensé. Ricardo hunde su cara en mi pelo. Noto sus labios acariciando mi frente. Una noche para el amor...
-Claudia, no me pidas que intente alejarte de mí-me implora con voz ahogada-No me pidas que haga eso porque no lo haré. No podría amar a Dafne. No soy capaz de amar a nadie que no seas tú.
-¡Lo que me estás pidiendo es que nos hundamos en el fango!-me asusto.
-Vale la pena si es por amor. Aunque no lo veas como yo. No importa.
                          Me aparto de Ricardo. Estoy temblando de puro miedo. Me asusta lo que me está pidiendo.
                      Pero, por el otro lado, me digo a mí misma que estoy comportándome de un modo irracional. ¿Cómo puedo tener miedo si tengo a Ricardo a mi lado?
-No te vayas-le pido-Quédate conmigo esta noche.
-Claudia...-susurra.
                   Nuestros labios se encuentran en un beso apasionado.
                   Nuestros ojos se encuentran. La mirada de Ricardo es ardiente al posarse sobre mí.
                   Sin darme cuenta, me recuesta sobre la cama. Y veo cómo se quita la ropa. Se queda completamente desnudo ante mí. Aún no ha pasado por su habitación. Mi mente se queda en blanco. No quiero pensar en nada. No siento terror cuando Ricardo me despoja de mi camisón.
                 Volvemos a besarnos con más pasión que antes. Ricardo recorre mi cuello con sus labios. Llena de besos mis hombros.
                 No quiero pensar en nada. Lo que hacemos está bien. Porque tenía que pasar. Ricardo succiona uno de mis pezones.



                   Veo cómo se introduce uno de mis pechos en la boca y lo chupa. ¿Por qué lo hace?, me pregunto. ¿Por qué me gusta que lo haga? ¿Por qué? Una ola de calor recorre todo mi cuerpo.
                   Nos besamos de nuevo en los labios con intensidad. Noto cómo Ricardo se estremece. Su respiración es cada vez más agitada. Le cuesta trabajo controlar su excitación. Su piel es ardiente cuando la acaricio. ¡Y está así por mí! Me siento halagada.
                 Noto las caricias de las manos de Ricardo recorriendo mi cuerpo. Sus labios posándose en cada centímetro de mi piel. Besándome. Tocándome. No dice nada. Yo tampoco digo nada. No quiero hacer nada que pueda estropear este momento.
                  Me sonríe y siento que puedo confiar en él. No me hará daño. ¿Por qué tengo miedo? Lo miro a los ojos y veo en ellos reflejado todo el amor que siente por mí.
                  Es su cuerpo el que me caliente. El que me protege. Es en su cuerpo donde yo quiero vivir. Pasar el resto de mi vida.
                   Ricardo no deja de llenar de besos todo mi cuerpo. Lame cada centímetro de mi piel.  Veo su cara entre mis piernas. Me besa los dedos de los pies. Recorre con la lengua mi vientre. Yo, a mi vez, no quiero parecer fría. Le acaricio. Le toco. Le palpo. Llena de besos mis pechos. Me besa con arrebato en la boca.
                   Y, de esta manera, de un modo casi indoloro, mi primo me despoja de mi virginidad. Siento apenas un leve pinchazo. No es nada. Ricardo me llena la cara de besos. Me besa en la boca. Me voy tranquilizando poco a poco. Me aferro a sus brazos. Me abrazo a él con fuerza y no quiero separarme de su lado nunca.
                   El mundo puede irse de manera definitiva al Infierno. Ricardo y yo nos convertimos en un solo ser.
                   Le sigo en la alocada danza que inicia en mi cama. Rodeo sus caderas con mis piernas.
                   Siento algo que me abrasa en las entrañas. Y él se derrumba encima de mí.
-Será mejor la próxima vez-me dice al cabo de un rato-Te lo prometo.
-No te entiendo-alcanzo a decir.
-Claudia...Será mejor.
-No me ha dolido. Pero esto...
-Me alegro mucho de que haya pasado. ¡Me alegro de verdad!
                     Ricardo se calla.
                    Le noto cómo está entretenido haciendo otras cosas. El rubor asoma en mi cara.
                    Ricardo besa mi cuerpo por todas partes.