martes, 28 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, EN EL MES DE DICIEMBRE DE 1825

-¡Me resisto a creer que hayas convertido a nuestra prima en tu concubina, Ricardo!-le espeta Augusta-¡Es indigno! ¡Los tres lo sabemos!
-Lo que es indigno es que se nos obligue a Claudia y a mí a vivir escondidos como delincuentes por el simple hecho de amarnos-le reprocha Ricardo. 
-Sois primos. 
-Somos un matrimonio. 
                             Ricardo y Augusta otra vez están discutiendo en el salón. 
                             Este mes, no me ha bajado aún la regla. No sé si estoy esperando un hijo. Tengo mucho miedo. 
                              Yo estoy presente en el salón cuando Ricardo y Augusta discuten. Tengo la sensación de que me he convertido en una pecadora a los ojos de la que un día fue mi alocada prima. 
                               Mi mente vaga lejos de ellos dos. No podría soportar la idea de perder otro bebé. Yo quiero que mi niño, de existir un niño que está creciendo en mi interior, nazca sano y fuerte. Que tenga una larga y feliz vida. 
                             Pero no sé si es el mejor momento para quedarme embarazada. Viviendo escondida en este lugar, por muy hermoso que sea. 
-¿Te estás oyéndote hablar a ti mismo?-se asusta Augusta. 
                             Yo siento que la cabeza me da muchas vueltas. Últimamente, no puedo retener el desayuno. 
                             La comida me da asco. Como la otra vez...No quiero pensar en mi primer embarazo. En el niño que no llegó a nacer. 
                            Uso mucho el orinal últimamente. Lo necesito para vomitar. 
                             Me mareo mucho últimamente. Y las nauseas me acompañan en las primeras horas del día. 
                            Permanezco sentada. Ricardo y Augusta parecen actores. Están de pie. Ricardo trata de hacer entrar en razón a su hermana. Augusta no quiere escucharle. Está decidida a separarnos. La oscuridad se cierne sobre mí.  Me golpean mil nauseas. No puedo mantener la cabeza erguida. No sé lo que me pasa. 

DIARIO DEL JOVEN RICARDO BALLESTER

ESCRITO ESE MISMO DÍA

                        He vuelto a discutir con Augusta. Esta vez, Claudia estaba delante. Se encontraba sentada en el sillón. Estaba tejiendo un chal de lana. Ha sido una escena desagradable. 
                         Augusta es una cabezota. 
                         Yo soy todavía más cabezota que ella. 
                         Cuando he querido darme cuenta, Claudia yacía inconsciente, con la cabeza colgando fuera del sillón. 
                           Un criado fue corriendo a buscar al médico. Tardó cerca de una hora en llegar. 
                           Yo subí a Claudia a su habitación en brazos. La recosté con cuidado sobre la cama y la besé con suavidad en sus labios mientras el terror a perderla se apoderó de mí. 
-Deje que cuide de ella, señorito Ricardo-me dice la doncella-Salga. 
                            El médico acaba de salir de la habitación que comparto con Claudia. Me pide que nos reunamos en la biblioteca. Augusta entra con nosotros en la biblioteca. También ella está preocupada por Claudia. 
                            Una criada nos sirve a cada uno una taza de café bien caliente. Yo no tengo ganas de tomar café. 
                            Sólo quiero saber que mi amada se encuentra bien. Que no está enferma.
                            El médico es consciente de que Claudia y yo vivimos en una situación que podría calificarse como anormal. 
-No sé por dónde empezar-admite.
-Diga lo que tenga que decir-le insto. 
                             El médico bebe un sorbo de su taza de café antes de hablar. Yo estoy temblando de manera violenta. El médico dice que no sabe cómo me lo tomaré. Después de todo, Claudia y yo no estamos casados. 
-¿Qué le ocurre a mi mujer, doctor?-le pregunto con voz dura. 
-Señor Ballester...-responde titubeante el doctor. 
-¡Hable claro!
-No sé si pensará que es una buena noticia.  La señorita Ballester está embarazada de mes y medio. 
-¿Cómo dice?
-Va a ser usted padre.
-Claudia...
                          Contemplo el rostro descompuesto de Augusta. Pienso que ella también está a punto de desmayarse. 
                           Y pienso en Claudia. ¡Tengo que estar con ella! 
                           Me pongo de pie de un salto. 
                           Salgo de la biblioteca. Voy a tener un hijo. ¡Claudia!
                           Subo los escalones de la escalera de dos en dos. Entro sin llamar en la habitación que comparto con Claudia. Mi adorada prima está acostada en la cama con el camisón puesto. Su rostro está hinchado de tanto llorar. 
                            Me abalanzo sobre ella y lleno de besos su adorable cara. La beso en la frente. La beso en la mejilla. La beso en la punta de la nariz. 
                              Le pido que no llore cuando lo que tiene que hacer es estar tranquila por el bien del niño que está por nacer. Claudia intenta no llorar. 


                               La beso con adoración en los labios. 
-Esta vez, todo saldrá bien-le prometo-Ya lo verás. No dejaré que le pase nada malo a nuestro niño. O nuestra niña...
-Yo quiero pensar que todo irá bien esta vez-dice Claudia, hipando.
-No llores, amor mío. Me pone triste verte llorar. Piensa en nuestro niño. 


lunes, 27 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA AUGUSTA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, EN EL MES DE NOVIEMBRE DE 1825

                          Me arrepiento de haber venido. 
                          En realidad, estoy aquí para llevarme a Ricardo y a Claudia de vuelta a la isla de Buda. 
                          Mis deseos chocan con la realidad. Los dos son felices viviendo en este lugar. Y yo no soporto que estén los dos lejos de Buda. ¡He de recuperar a mi hermano! 
                          Por desgracia, Ricardo sólo tiene ojos para Claudia. Ella, por lo menos, tiene al hombre que ama. A mí ni siquiera me queda el consuelo de recibir una carta de don Enrique. Enrique...
                           Ricardo ha reaccionado bien al anuncio de que Dafne va a casarse con Pedro Serrano. A Claudia le ha pasado lo mismo. Ha olvidado que Pedro Serrano la estuvo cortejando. Es un canalla. Pero yo pienso que él sí llegó a enamorarse realmente de mi prima. ¿Acaso lo ha olvidado? Me dan ganas de marcharme de aquí. De llevarme a Ricardo, aunque sea por la fuerza. Pero no puedo hacer eso. Ricardo no quiere abandonar a Claudia. 
                        Me estoy volviendo loca en esta casa. Reconozco este lugar como la casa donde pasó mi madre su infancia. Ricardo y yo veníamos mucho por aquí cuando éramos pequeños. Nos gustaba corretear por la playa. Ahora, Ricardo y Claudia salen a pasear por la playa. 
                        Son Ricardo y Claudia los que se dedican a coleccionar conchas que encuentran. Una vez, me trajeron una caracola de uno de sus paseos. Y yo siento que la envidia puede conmigo. No puedo soportar ver a Claudia colocando una caracola junto a la oreja de Ricardo para que pueda escuchar el sonido de las olas. 
                        Las noches son lo peor. Duermo pegada a la habitación de Ricardo y Claudia. 
                        ¡Por Dios! ¡Duermen juntos! 
                         Mi habitación está pegada a la habitación de ambos. Nunca pensé que vería a Claudia convertida en la amante de un hombre. ¡Y es Ricardo! 
                         Les oigo despojarse de sus ropas. 
                         Les oigo besarse. Escucho el sonido que hacen cuando el uno le chupa una parte del cuerpo al otro. 
                          Hoy, discuto con Ricardo. Discuto con él en el salón. 
-¡Os habéis convertido los dos en unos auténticos parias!-le reprocho a mi hermano. 
-Es evidente que sigues sin entender nada todavía-me echa en cara Ricardo-Claudia y yo nos amamos, hermana. Es una pena que no nos apoyes. Claudia te venera. 
-Entonces, no tendría que haber hecho lo que ha hecho. 
-No ha hecho nada malo. 


-El único delito que hemos cometido Claudia y yo ha sido enamorarnos. Por encima del hecho de que llevemos la misma sangre. ¿Tú piensas que hemos cometido un incesto?
-¡Lo que habéis hecho es abominable! ¡Trata de razonar, hermano! 
-Augusta, eres tú la que no razona.
-Estás ciego.
                           Se me revuelve el estómago al imaginar a Ricardo y a Claudia el uno en brazos del otro. 
                          No sé el porqué no me marcho ya de aquí. Estoy perdiendo mi tiempo. Y voy a terminar volviéndome loca.
                           He de dejar de escribir. Me va a estallar la cabeza. 

domingo, 26 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, ESCRITO EN EL MES DE DICIEMBRE DE 1825

                            El tiempo pasa despacio aquí. 
                            Ricardo y yo solemos dar paseos por la playa. Contemplamos el Carall Bernat. El Tascó Gordo...El Tascó Pequeño...
-Hubo piratas aquí-me cuenta Ricardo-Debía de ser esta isla su lugar de refugio favorito. Me lo contó una vez mi padre.
                             Yo no entiendo nada de eso. 
                             He oído hablar de los piratas. 
                             Pienso que son seres sin entrañas. Robaban. Asesinaban de un modo salvaje. 
-Ya no hay piratas por aquí-me asegura Ricardo, sonriéndome-No tienes porqué estar asustada. 
-Son otras cosas las que me dan miedo-admito. 
-Nosotros...Nuestra relación...
-No dudo de mi amor por ti. 
-Dudas de que nos permitan estar juntos. Eso es lo que nos pasa a los dos. La dispensa...
-Se está haciendo esperar. Y tengo miedo. 
-Claudia, el problema es que no somos Reyes. Somos personas normales y corrientes. Somos ricos. Pero eso no basta. No pertenecemos a la aristocracia. Ahí está el problema. 
-Lo sé. 
                              Contemplamos cómo las olas se estrellan contra el Tascó Pequeño. 
                              Siento que no podría regresar a Buda. Ya no...
                              Ricardo...
                              En medio de todas mis dudas, él es mi única certeza. 
                               El ama de llaves viene corriendo hacia nosotros. Está agotada por la carrera, pero nos trae una noticia que nos deja sin habla a Ricardo y a mí. 
-Señorito Ricardo, señorita Claudia, la señorita Augusta acaba de llegar-nos informa. 



                         Echamos a correr en dirección a nuestra casa.
                         El ama de llaves tiene razón. En el salón, se encuentra Augusta. Me quedo de piedra al verla.
                          La noto más delgada. Hay sombras alrededor de sus ojos.
                          Ricardo y ella se funden en un largo y prolongado abrazo.
                          Luego, ella me abraza. 

sábado, 25 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DEL JOVEN RICARDO

 BALLESTER


ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL 

ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, DURANTE EL 

MES DE NOVIEMBRE DE 1825


                          Da gusto salir a pasear después de la cena. 
                          Claudia y yo salimos a dar un paseo después de cenar. 
                          Hace una noche preciosa. El cielo está completamente cubierto de estrellas. 
                          Vemos la Luna iluminada sobre la superficie del mar. Dan ganas de quedarse fuera toda la noche. De mirar el cielo. De pensar que uno es feliz. Y yo...Yo siento que soy feliz. 
                          Miro a Claudia. La luz de la Luna se posa sobre su cara. Durante unos instantes, la miro sobrecogido. Tengo la sensación de que no estoy ante una persona real. Que estoy delante de una especie de ángel. Mi prima es un ángel. Siempre se ha dicho. Pero no es ningún ángel. Es una persona de carne y hueso. 
                           Puedo pasarme las horas muertas mirándola. Ya no nos basta. 
                           Ahora, estamos juntos. Vivimos como un matrimonio. 
                          Yo me siento casado con Claudia. La luz de una de las casas de la isla se apaga. Todo el mundo se va a la cama a dormir. 
                         Y nosotros estamos todavía despiertos. Nos detenemos para contemplar el cielo. Para admirar la belleza de la noche. Una suave brisa marina sopla y mueve el cabello de Claudia. 
-Mi querido Ricardo, en una noche como ésta, uno se siente agradecido por estar vivo-dice Claudia-Y yo me siento muy feliz. 
-Sabía que dirías eso-apostillo. 
-Eres tú el que me hace feliz. 
-Deseaba oírte decir eso. Es lo que más deseo en el mundo. 
-Me temo que he sido demasiado quejica. Y también he sido demasiado cobarde. Ricardo...A veces, pienso que Dafne habría sido mejor para ti. Ella es como Augusta. 
-De haber amado a Dafne, ella estaría aquí. Pero mi corazón nunca fue suyo. Siempre fue tuyo, amada mía. Claudia, no podría ser más feliz. Te tengo a mi lado. 
                          Regresamos a casa. 
                          A nuestra habitación...


                              Y yacemos desnudos sobre nuestra cama. 
                              Me siento libre de besar largamente y con dulzura a Claudia en los labios. Y ella, a su vez, se siente libre de corresponder a cada beso que le doy. 
                             Acaricio con mi mano el cabello rubio suelto de mi amada prima. 
                             Beso una y otra vez con deleite su cuello. Mordisqueo el lóbulo de su oreja. 
                             Lleno de besos cada porción de su cuerpo. La abrazo con fuerza. La acaricio con mis manos. 
                             La siento unirse a mí. Ser mía. Y yo siento que ya soy suyo desde hace mucho tiempo. 
                            Muerdo su carne. Chupo su carne. Lamo cada centímetro de su cuerpo. 
                            No me canso de tocarla. 
                            Y oigo cómo sus suspiros se mezclan con mis suspiros. Cómo nos unimos. Cómo nos convertimos en un solo ser. 

viernes, 24 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DEL JOVEN RICARDO BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, EN EL MES DE NOVIEMBRE DE 1825


                        Mi querida Augusta:

                      ¿Cómo estás? Deseo que estés bien. Claudia...

-¡Mierda!-exclamo. 
-¡No digas palabrotas!-me regaña Claudia. 
-Me salen unas cartas muy frías. No me gusta escribir cartas. 
                      Hay un pequeño jardín en nuestra casa. 
                      A pesar de que estamos bien avanzado el mes de noviembre, hace Sol. 
                      Claudia y yo nos sentamos alrededor de la mesa de jardín. He sacado mis útiles de escritura. Hemos decidido que ha llegado el momento de ponernos en contacto con Claudia. Yo le escribiré una carta en el nombre de Claudia y en mi nombre. Quiero saber cómo está. Mi hermana estaba destrozada la noche que Claudia y yo nos escapamos. 
                       Sigo escribiendo. 

                       Claudia y yo te echamos de menos. Te podemos decir que estamos bien. Nos queremos mucho. Eso nos basta y nos sobra por el momento. 

                        Le queda poca tinta al tintero. Mojo la pluma. 
-¿Qué escribo?-le pregunto a Claudia. 
-Háblale del mar-responde mi prima-Háblale de lo inmenso que es. Se puede ver todo el mar desde aquí. Buda no tenía esa ventaja. 
-El mar...
                           Sigo escribiendo. Tengo la sensación de que he vuelto a la niñez. Claudia asume el rol de institutriz. 
                           Vigila que escriba bien esta carta. Pero no me gusta escribir cartas. Yo quiero ver a Augusta a la cara. 
                            Pero los dos necesitamos tiempo. Augusta no asume que Claudia y yo nos amemos. No es capaz de entender que estoy enamorado de mi prima. Tan simple como que la amo más que a mi propia vida. Que no podría renunciar a ella. 
                        Ni pienso renunciar a ella.
                        Claudia me sonríe. Tiene una forma muy dulce de sonreírme.
-¿Vas a preguntarle por mis padres?-me interroga.
-Puede que nos conteste-le contesto-Y tú querrás saber cómo están mis tíos.
-Está bien. Hazlo.
                       Hablo de todo un poco en esta carta. De mi tío Tomás...De mi tía Prudencia...
                       Claudia quiere saber si están bien. Y yo también necesito saber de ellos. Han sido los que han velado por Augusta y por mí desde que nuestros padres murieron. Nuestro padre nos dejó en la ruina.
-Él nos quería-le confieso a Claudia mientras vuelvo a mojar la pluma en el tintero-A pesar de su comportamiento irresponsable a veces...
                       Me estoy refiriendo a mi padre. Me cuesta trabajo reconocer en mi padre a una figura paterna. No fue un mal padre. Pero tenía la cabeza llena de sueños. Y gastó mucho dinero.
-También le robaron-me recuerda Claudia.
-No fue su culpa-opino-Pero era demasiado confiado.
                         Sigo escribiendo. Empiezo a sentir que estoy cerca de nuestra familia. Y a Claudia le pasa lo mismo.
                           Nos metemos en nuestra habitación cuando cae la noche. Escuchamos el susurro de las olas. Ese susurro de las olas que nos ha estado acompañando desde que empezamos a escribir la carta. Un sonido relajante...
                        Nos acostamos en nuestra cama desnudos.



-No pienso abandonarte nunca-me confiesa Claudia.
-Eso es lo que deseaba oír-le sonrío.
                         Me abrazo a ella para sentir su piel. Su calor...Su olor...
                         Me dedico a lamer cada centímetro de la piel de Claudia. A llenar de besos cada porción de su cuerpo.
                         A amarla con todo mi ser. 

jueves, 23 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, DURANTE EL MES DE NOVIEMBRE DE 1825

-Te noto triste-observa Ricardo. 
                         Estoy sentada en el alfeizar de la ventana de nuestra habitación. La tristeza que me invade esta noche tiene un motivo demasiado hondo. 
                         Estoy pensando en mi hijo. En el bebé que perdí. 
                         De no haber sufrido aquel aborto, mi hijo estaría creciendo en mi interior. Yo me estaría volviendo cada vez más gorda. Pero no me importaría. 
                          Ya sentiría a mi pequeño moverse dentro de mí. Sentiría sus pataditas. Su manera de indicarme que está vivo.
                          Y que está creciendo.
-Tendremos otros hijos-me promete Ricardo, acercándose a mí y adivinando lo que estoy pensando-Y no te pasará nada.
-Eso no lo sabes-replico.
-Yo sé muy bien que todo irá bien la próxima vez. Somos jóvenes. 
                            Mi deseo es ser madre. A pesar del miedo que sentí cuando me supe embarazada hace unos meses, yo habría dado mi vida por mi pequeño. Pero mi pequeño ya no está. 
                             No sé porqué lo perdí. Yo tengo un vientre vacío. 
-Somos fuertes-añade Ricardo.
-Yo no soy fuerte-me lamento. 
                             No quiero echarme a llorar. Ricardo se acerca todavía más a mí. Siento cómo una lágrima rueda por mi mejilla. El año que viene, ya tendría a mi niño a mi lado. 
                             Ricardo me rodea los hombros con el brazo. Me acerca a él. Me besa en la frente.
                            No quiero pensar. Contemplo cómo la Luna Llena aparece reflejada en el mar. Es una Luna enorme. Nunca antes había visto algo así. Tan brillante...Tan intensa...
-Claudia...-me susurra Ricardo. 
-No lo conseguiré-me lamento-Puede que me haya quedado estéril. No me asistió un médico cuando perdí a mi bebé. 
-Estaba yo contigo. Y estaré contigo siempre cuando tengamos otro niño. 
-¿Cómo puedes estar tan seguro de que me volveré a quedar encinta?
-Lo intuyo. 
-Intuyes demasiadas cosas. 
                             Pensar en mi bebé no nacido me destroza. 
                             Ricardo está tenso. No sabe qué hacer para consolarme. Tan sólo puede estar a mi lado. Ser lo que siempre ha sido. Ser mi principal apoyo. 
                              Seca con sus dedos las lágrimas que ruedan ya sin control por mis mejillas. 
                             ¡Deseo tanto tener un hijo! 
                              Sería la confirmación de que Ricardo y yo hemos fundado una familia. 
                              Un hijo nos unirá todavía más. Y yo quiero ser quien tenga ese niño. Ricardo me pide que sea paciente. Está seguro de que podría quedarme otra vez embarazada. ¡Pobre ingenuo! No quiero pensar así de él. No puedo pensar con claridad. Mi corazón...Está sangrando. 
                                Pero podría no quedarme embarazada. 
                                Respiro hondo. 
                                Un hijo...
                                 Podría haberme quedado estéril. Podría tener mi útero destrozado. O podría no ser capaz mi vientre de albergar vida. Podría volver a sufrir un aborto. ¿Por qué no paro de pensar?
-Claudia, no llores-me implora Ricardo. 
-Déjame que llore-le suplico. 
-No soporto el verte llorar, amor mío. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DEL JOVEN RICARDO BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, DURANTE EL MES DE NOVIEMBRE DE 1825

                               Hoy...
                               Me ha dado por evocar el pasado. Tan simple...Tan sencillo...
                               Y tengo un pasado.
                               Miro hacia atrás. Me sorprende ver que he llegado a escaparme con Claudia. Todavía nadie sabe que estamos aquí. 
                               Me siento tentado a escribirle una carta a Augusta. 
                               Después de todo, ella es mi hermana. Necesito saber que está bien. Necesito saber que mis tíos están bien. Pero es posible que no hayan entrado en razón todavía. Y necesitan más tiempo. 
                               Me encierro en la biblioteca. 
                               Quiero estar solo. A veces, siento a Claudia lejos de mí. Tengo mucho miedo. 
                               La siento lejos de mí cuando está a mi lado. Dice que no tiene dudas. Pero veo las dudas reflejadas en sus ojos. 
                               Siento que le he pedido demasiado. Le he exigido demasiadas cosas. Y ella siente miedo. 
                              Lo entiendo. 
                              Me paseo por la biblioteca. Quedan pocos libros en la estantería. Me gusta coger uno de esos libros. 
                              Se lo leo a Claudia en voz alta. Intento distraerla. Y ella lo acepta. 
                              Le leo uno de esos libros en voz alta mientras está bordando. O mientras está tejiendo una manta. Me mira. Yo siento que me está escuchando. Pero su mente parece vagar lejos de mí. 
                                 Y también quiero saber de Dafne. No olvido que ella está enamorada de mí. O estuvo enamorada de mí. 
                                Me habría gustado llegar a amar a Dafne. 
                               La conozco desde que éramos pequeños. No existe una joven más bondadosa que ella. Pero aquel amor que brotó en su pecho no broto en el mío. No he podido llegar a amarla. El amor tiene que nacer por sí mismo. 
-Ricardo...-me llama Claudia. 
                              Entra en la biblioteca. 
-¿Que estás haciendo aquí?-me pregunta. 
-Me dolía un poco la cabeza-respondo-Pero no quería acostarme. Necesitaba pasear por aquí. Estar solo. 
-Te he defraudado. Lo noto en tu mirada. Piensas que soy una cobarde. 
-Pienso que te he pedido demasiado. 
-No me has pedido nada. 
-Sientes que estamos traicionando a nuestra familia. 
-No me arrepiento de estar a tu lado. Perdóname cuando dé muestras de flaqueza. 
-No tengo nada que perdonarte. 
                          Cojo el rostro de Claudia entre mis manos y la beso en los labios con adoración. 

martes, 21 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

CARTA DE LA SEÑORITA DAFNE VELASCO A SU AMIGA LA SEÑORITA AUGUSTA BALLESTER

FECHADA EN EL MES DE OCTUBRE DEL AÑO 1825

                     Mi querida Augusta:

                     Cuando leas esta carta, te quedarás un tanto sorprendida. 
                    Voy a casarme. El elegido no es Ricardo, como mi corazón habría deseado. Se trata de Pedro Serrano. 
                     Soy consciente de que estoy cometiendo un terrible error. Cada vez que lo pienso, me dan ganas de tirarme por la ventana de mi habitación. 
                     Mi tía me habla mal de Pedro. Augusta, no soy tonta y sé la clase de hombre que es. Nunca seré feliz a su lado. Tan sólo puedo esperar a que no esté cambiando constantemente de amante. Ha superado bien el rechazo del que fue objeto por parte de tu prima Claudia. 
                     Busca a una heredera con la que casarse. Y me ha escogido a mí. Yo tengo que ceder. Mis padres se oponen. 
                       Ya nada me importa, Augusta. Ricardo nunca ha estado enamorado de mí. Puedo afrontar cualquier cosa que se me ponga por delante. El dolor que siento es intenso. 
                        Mi corazón está roto en mil pedazos. Pero aún sigo viva. Nadie muere de desamor, mi querida Augusta. 
                        Pedro tiene una amante. Se trata de Rosalinda, la prometida del señor Escudero. ¿Sabes que va a casarse? Rosalinda es otra rica heredera. Pero sus padres ya han apalabrado su matrimonio con el señor Escudero. 
                       Te escribo mientras el brasero está encendido en mi habitación. Empieza a hacer mucho frío como para salir a la calle. 
                       Pedro ya ha besado a Rosalinda. Ya la ha acariciado. Ya la ha abrazado. 
                       Y yo siento asco de sólo imaginarme que él será el primero que invada el interior de mi cuerpo. 
                        Debo de agradecer que sepa comportarse con propiedad. Que sólo me bese en la mejilla cuando viene a verme. 
                        Viene a verme todos los días. Pero nunca nos quedamos a solas, ¡gracias a Dios!
                        Si trata de besarme en los labios, gritaré. 
                        Le escupiré. 
                        No quiero.
                        Yo...
                        Yo sólo quiero que Ricardo sea el único. 
                       El único que me bese en los labios. 

domingo, 19 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, DURANTE EL MES DE OCTUBRE DE 1825

                                 Son sólo hojas sueltas. Pero las sujeto entre mis manos. Me siento en la cama que comparto con Ricardo. Reconozco la letra que aparece en estas hojas. Frases...Oraciones... Palabras...
                                Es mi letra. Han aparecido en un cajón de mi mesilla de noche. 
                                Estaba buscando una de mis ligas. No he encontrado las ligas. 
                                Pero he encontrado estas hojas. No sé porqué las arranqué de mi diario. 
                                Quizás, no quería leer estas líneas. Ya no me acuerdo. 
                                Siento cómo mis ojos se llenan de lágrimas. Al leer estas hojas, he sentido que he vuelto a mi casa. 
                                  Siento que estoy de nuevo en la masía de mis padres. En mi querida Buda...Las emociones que bullen en mi interior son muy intensas. Confieso que estoy muerta de miedo. Siento el deseo de regresar a Buda. De pedirle a mis padres que me perdonen. Pero no he cometido delito alguno. 
                                El único delito que he cometido ha sido enamorarme. No entiendo el porqué nadie entiende que Ricardo y yo nos amamos. 
                               Ni siquiera Augusta es capaz de entenderlo. Ella siente que le he robado a Ricardo. 
                               Pero yo no le he robado nada a Augusta. El problema es que Ricardo es mi primo. Hermano de mi prima, que es Augusta. ¡Dios mío! 
                               Intento poner en orden mis ideas. Jamás podría abandonar a Ricardo. Sería como arrancarme el corazón. No podría vivir sin corazón. 
                               Eso es algo que no entienden mis padres. Tampoco lo entiende Augusta. Y no sé a quién confiarme. 
                                A Ricardo le pasa lo mismo. Sólo me tiene a mí para apoyarse. Estamos juntos. Estamos solos. 
                                Vivimos de manera voluntaria en este exilio que ambos nos hemos impuesto. En una voluntaria soledad...Y es muy amarga la soledad cuando uno siente que se está viniendo abajo. No puedo. ¡No puedo venirme abajo! Por mi bien...Por el bien de Ricardo...
                               Unos golpes en la puerta de la habitación me sacan de mis pensamientos. 
-Adelante...-digo. 
                               Mi doncella abre la puerta. 
-Señorita Claudia...-me dice-El señorito Ricardo la está esperando abajo en el salón. 
-Bajo ahora mismo-le informo. 
-Muy bien, señorita. 

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, EN OCTUBRE DE 1825

-Claudia...-me llama Ricardo-¿Estás despierta?
-No puedo conciliar el sueño-contesto. 
-Te preocupa algo. Te puedo leer la mente. Cuéntame lo que te pasa. 
-Estoy bien. 
-¿Lo dices en serio? 
                           Asiento. 
                          Intento no pensar en las dudas que me corroen. Dudas que me han estado acompañando cuando Ricardo estaba encima de mi cuerpo. Cuando me estaba besando en los labios. Cuando estaba besándome en el cuello. ¿Es normal que todavía siga teniendo dudas? 
                             No quiero estar tan asustada. No quiero ser una cobarde. 
                             Ricardo se merece una mujer fuerte a su lado. Yo me abrazo a él. 
                             Me digo a mí misma que he de ser fuerte. Ricardo se sentirá orgulloso de mí. Podremos enfrentarnos juntos a todo lo que nos venga encima. ¡Sabe Dios lo que pasará! 
                              Ricardo me ha besado muchas veces en la boca. Me ha abrazado con fuerza. Me ha acariciado el cuerpo usando la lengua. Ha lamido mi pecho. 
                              No tengo dudas. Lo amaré siempre. Lo amaré hasta el último día de mi vida. 
                              Pero el miedo está haciendo mella en mí. Me aterra que la gente nos critique. Se me ha inculcado desde que era muy pequeña a comportarme con decoro. 
                              A guardar las apariencias. He intentado imitar a mi madre en su manera de ser desde que me alcanza la memoria. 
                             Es evidente que no lo he conseguido. Yo sigo siendo yo. 
                             Pensé que podría llegar a ser como ella. Pero estoy acostada en la misma cama en la que yace acostado mi primo. 
                             He acariciado su cuerpo con mis manos. Apoyo mi cabeza sobre su hombro. 
                             Ya no sé qué pensar. Mi cabeza, de noche, no para de funcionar. 
                             Ricardo me besa en la frente. 
                             Me protege de todas las maneras posibles. Y yo siento que debo de protegerle a él. Siento que me necesita. 


                              Cierro los ojos. Siento que me voy quedando poco a poco dormida. Es mejor así. Mañana, podré pensar con más calma. 

sábado, 18 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

PÁGINAS ELIMINADAS DEL DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

8 DE ENERO DE 1825

                          Ricardo y yo estamos sentados en la arena de la playa.
                           Llevo un libro en las manos.
                          Ricardo se ríe. Dice que siempre tengo que tener un libro en las manos. Yo
le saco la lengua. ¡No entiendo el porqué tiene que hacerme rabiar! Intento centrarme en la
lectura de este libro. Pero me tiemblan mucho las manos. Noto cómo Ricardo me está
mirando.
-No me mires-le pido.
-¿Por qué no quieres que te mire?-inquiere él.
-Me pone nerviosa.
                      Paso la página con un gesto casi violento. Desearía que Ricardo no me
estuviera mirando.

                     Me sentiría mucho mejor.

viernes, 17 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

PÁGINAS ELIMINADAS DEL DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

               7 DE ENERO DE 1825
                         Me siento un poco triste.
                        Ayer, fue la Epifanía de los Reyes Magos. Me invade una profunda tristeza cuando
acaba la Navidad. Empieza un nuevo año.
                        Ha estado lloviendo durante gran parte de la mañana. Me he pasado las horas
muertas mirando cómo caía la lluvia. Cómo las gotas de lluvia golpeaban la ventana de mi
habitación.
-¿No te apetece salir a la calle?-me pregunta mi prima Augusta.
                   Ya no llueve. De modo que he aceptado salir con ella a dar un paseo. Hace ya tres
meses que mis primos viven con nosotros. Augusta y yo damos un paseo a pie.
-Me cuesta trabajo vivir aquí-me confiesa-Me asfixio.
-Te acostumbrarás-le aseguro-Es cuestión de tiempo.
Augusta niega con la cabeza. Mira la masía en la que mis padres y yo vivimos.
-No entiendo cómo puedes vivir aquí, Claudia-afirma.
                  Me encojo de hombros. Augusta no está acostumbrada a vivir en lugares pequeños.
Ella necesita el ajetreo de la gran ciudad. Ella y mi primo Ricardo son naturales de Sabadell.
Augusta está a punto de cumplir veinticuatro años. Mis padres están preocupados por ella. Mi
prima va camino de convertirse en una solterona.
-Pero eso no me preocupa-me asegura.
-Deberías de pensar en buscar marido-le sugiero.
-Ya tengo a un hombre en mente. Y te aseguro que va a ser un buen marido.
-¿Y en quién estás pensando? ¿Le conozco?
                    Augusta me sonríe.
                    Le gusta hacerse la misteriosa.
-A lo mejor...-me sonríe.
-¿Es alguien de la isla?-inquiero.
                   Augusta me sonríe con gesto misterioso.
                    No me quiere contestar. Está paladeando su secreto.
-Sólo te puedo decir que lo quiero mucho-se limita a decirme-Y creo que él también me
quiere.
                   Le deseo a Augusta toda la suerte del mundo. Yo estoy a punto de cumplir dieciocho años. Me faltan unas semanas para que llegue ese día. Pero mi padre me ha contado que piensa celebrar una pequeña fiesta. ¡Una fiesta! Estoy muy contenta.
                  Vendrá mucha gente a mi fiesta. Mi madre quiere que la ayude con la elaboración del menú. Yo sólo estoy pensando en la tarta que me comeré. En las dieciocho velas que soplaré. Dieciocho años...¡Cómo pasa el tiempo!
-Aún recuerdo el día en el que naciste-me cuenta Augusta.
-Apenas eras una niña-me asombro.
-Pero me acuerdo porque estaba visitándote con mis padres y con Ricardo. Mi madre nos
mandó al jardín con nuestra niñera para que jugáramos. Habíamos venido en mal momento.
                    Mi padre se encerró en el despacho con el tío Tomás. Pasaron horas hasta que, por fin, te
oímos llorar.
                     Noto cómo mis mejillas se encienden. Es curioso. Parecía que Augusta había
olvidado aquel día. El caso es que ya tengo dieciocho años. Y mis padres están pensando
seriamente en enviarme a Barcelona. Desean que haga un buen matrimonio. Soy hija única.
                      Y mis padres quieren que me case para que les dé muchos nietos.
                      Y es mi deber, como hija obediente que soy, complacerles. Tengo que casarme. Y
tengo que tener muchos hijos con mi marido.

jueves, 16 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

ESCRITO EN LA ISLA DE MEDAS GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS MEDAS, DURANTE EL MES DE OCTUBRE DE 1825

                          Ricardo alza su mano para acariciar mi mejilla con la yema de los dedos cuando se acuesta a mi lado en la cama. Le cojo la mano y se la beso. Él me besa en la punta de la nariz. 
                           Mi doncella se ha llevado el vestido que he llevado puesto durante la cena. Lo lavará mañana por la mañana. 
                           Ya es de noche. 
-¿Puedo hacerle una pregunta, señorita Claudia?-me ha preguntado mi doncella mientras estaba cepillando mi cabello suelto un rato antes. 
-¿De qué se trata?-he preguntado a mi vez. 
-No quiero que piense mal de mí. Pero...Hay una cosa que no entiendo. El señorito Ricardo y usted son primos. 
-Así es.
-Pero duermen juntos. En la misma habitación...En la misma cama...Y...
                           No se ha atrevido a seguir hablando. Y yo no me he atrevido a responderle. 
                           Me abrazo a Ricardo. 
                          Llueve desde esta mediodía y escucho cómo las gotas de lluvia golpean los cristales de la ventana de nuestra habitación. 
-Mi doncella me ha hecho una pregunta hace un rato-le confieso a Ricardo-Y no me he atrevido a responder. Sabe que somos primos. Pero también sabe que compartimos cama. 
-¿Y eso es algo malo?-me pregunta Ricardo. 
-Me ha hecho recordar que, a los ojos de los demás, no estamos casados. 
-Yo sí me siento casado contigo, Claudia. 
-Perdóname. Siento que las dudas vuelven a mí. 
-Es normal estar asustado. Yo también tengo miedo. Pero pienso en lo afortunado que soy por tenerte, Claudia. Mi querida Claudia...
-¿Y qué vamos a hacer ahora? Esperar, lo sé. Esperar. Pero...¡No se puede esperar eternamente! 
                              Está desnudo y puedo deslizar mi mano por su torso. Recorrer con un dedo el contorno de una de sus tetillas. 
                               Pienso en lo divertido que es bajar a la playa. Poder bañarse en el agua en la compañía de Ricardo. A pesar de que ha llegado ya el otoño. A pesar de que hay que tener encendido el brasero en la habitación porque empieza a hacer frío. 
                              Ricardo me coge la mano con delicadeza. 
                              Me besa con ardor en la boca. Me besa en el cuello. 
-Hemos de ser pacientes, Claudia-me susurra con tristeza-Estamos juntos. Nos apoyamos el uno en el otro. 
-Sí...-murmuro. 
                               Rodeo su cintura con mi brazo. 
                               Pienso en lo mucho que me gusta salir a pasear con Ricardo por la isla. 
                               Me besa en los hombros. 
-La dispensa llegará antes o después-me asegura. 
                                Y yo quiero creer que tiene razón. 
                                 Lo pienso mientras lleno de besos su torso. Mientras chupo sus tetillas. 
                                 Lo pienso mientras Ricardo me lame un pecho. Mientras me succiona un pezón. 
                                  Lo pienso. Y me lleno de esperanza. 
                                Ricardo me abraza para hacerme suya y yo me uno a él con ilusión. 

sábado, 11 de octubre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALESTER

ESCRITO DURANTE EL MES DE SEPTIEMBRE EN LA ISLA DE MEDA GRANDE, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE MEDAS

-¿Eres feliz?-me pregunta Ricardo. 
                          Salimos a dar un paseo. Caminamos con paso despacio. Suave...Subimos por una pendiente suave que conduce al embarcadero, que está en la parte baja. 
-Lo tengo todo para ser feliz-respondo. 
-¿Lo dices en serio?-vuelve a preguntarme Ricardo-Es lo que más me importa. 
                          La sinceridad de sus palabras me llega a lo más hondo de mi corazón. Ricardo se desvive por complacerme. Quiere que yo me sienta como una Reina. 
-Te tengo a mi lado-le respondo con una sonrisa-No me falta de nada. 
-Pero estamos lejos de Buda-me recuerda Ricardo-Echas de menos a tus padres. No te lo echo en cara. 
-Espero que entiendan algún día que tú y yo nos amamos. Son buenas personas. Pero...
-Se pusieron furiosos conmigo cuando se lo conté. Sobre todo...Tu padre...
                                 Por la noche, Ricardo me besa con tanta pasión que yo siento que me voy a desmayar. Y no es una exageración. 
                                Yacemos desnudos sobre nuestra cama. Disfruto cuando Ricardo me besa con suavidad en el cuello. 
                                  Me gusta abrazarme a él y llenar su cara de besos. Besar su cuello. Que él me bese en los hombros. Que mordisquee el lóbulo de mi oreja. 
                                  Nuestra cama...
                                  Que él acaricie mi cuerpo con sus manos cálidas. 
                                  Que me chupe un pecho. Que me chupe el otro pecho. 
                                  La intimidad de la que gozamos. Que nos juremos amor eterno una y otra vez. Que yo pueda sentir que lo que estamos viviendo es la realidad. Que no se trata de un sueño. Poder sentir que formo parte de Ricardo. Que Ricardo forma parte de mí. 


                            Que podamos pasarnos toda la noche así. Que podamos amarnos. Que podamos pasarnos toda la noche amándonos. Sin descansar ni un momento. Hasta que llegue el amanecer. 
                             Me gusta dormir abrazada a Ricardo. Él vela mi sueño. 
                             Me quedo dormida mientras su mano acaricia mi cabello suelto. Y me despierto cuando él me besa en los labios.
-Dormilona...-me dice con una sonrisa.
                            Y vuelve a besarme en los labios.
-Buenos días...-le saludo.
-Tienes el sueño muy profundo-me asegura-Seguro que sueñas con los angelitos. Aunque lo dudo.
-¿Por qué dices eso?
-Eres un ángel.
                             Me ruborizo al escuchar ese comentario.
                            Ya no duermo con camisón. Ricardo y yo podemos estar así.
-Podría volver a quedarme embarazada-le comento.
                              Pero la idea de quedarme otra vez embarazada me asusta. Lo confieso. Me siento en la cama.
-A mí me gustaría tener una hija-me confiesa Ricardo.
                            Busco la bata. Me la pongo. Pero me asusta la idea de quedarme otra vez embarazada porque no quiero perder otro bebé.
                            Eso me destrozaría en todos los sentidos. No podría soportar la pérdida de otro hijo. Y no sé si Ricardo se retira a tiempo cuando descarga. ¡Dios! ¿Cómo puedo pensar eso?
-Y quiero que se parezca a ti-añade con dulzura. 

viernes, 10 de octubre de 2014

ESCENA DE "LA VIUDA"

Hola a todos.
Hoy, os quiero dejar con un fragmento de una de mis historias.
Se titula La viuda. 
Os aclararé algunas cosillas sobre ella en mi blog "Mía Stella", si puede ser esta tarde.
Deseo de corazón que os guste este fragmento. Es un fragmento bastante triste.

                                 Es pecado, pensó William.
                                 Lo pensó cuando se sentó a la mesa al lado de su mujer. Ésta le sirvió sopa para cenar.
                                 Sin embargo, ella podía percibir que la mente de William estaba lejos de allí. Estaba pensando en Rose.
-Después de cenar, saldré a dar un paseo-le comunicó.
                                 Su esposa guardó silencio. Pero era un silencio acusador. Sospechaba con quién iba a reunirse su marido.
                                 A menudo, se sentía tentada a abandonar aquel lugar. Regresar a Inglaterra y poder encontrarse con su madre. Sabía que su matrimonio con William no tenía salvación. Pero se resistía a poner fin a aquella relación. A pesar de que su marido se había enamorado de otra mujer. Se culpaba así misma de aquel fracaso. Por no haber podido dar a luz a un niño sano. Por los abortos sufridos.
-¿Piensas regresar?-le preguntó.
-No me esperes despiertas-respondió William, sintiéndose un miserable.
-Vas a verla a ella.
-Por favor...
                                  Lo último que quería William era discutir con su mujer.
                                  La mirada que le lanzó le heló la sangre.
-Yo te quería-le recordó ella-Y aún te quiero.
                                   Miranda tragó saliva. La sensación de pérdida que la embargó era muy poderosa. El dolor que experimentaba al sentir que su esposo estaba enamorado de otra mujer.
-Una vez, madre nos contó a Frannie y a mí que nos trajo al mundo una mujer llamada Lily-dijo Miranda-De haber tenido una hija. Me habría gustado llamarla Lily. 
-Randy...-murmuró William.
-Lo sé. Tendría que haberla llamado Francesca. Por mi hermana...Pero mi hermana murió cuando tenía catorce años. Y...Todos los fetos que he abortado eran fetos de varones.
-¡Por favor, Randy, no sigas hablando!
                                 William no podía soportar estar al lado de su mujer. Miranda le hacía sentirse culpable sin levantarle la voz.
                                 Bastaba con mirarla a los ojos y sentirse culpable.
-Siempre ha sido ella-se lamentó Miranda-Siempre...
-Nunca he querido hacerte daño-le aseguró William.
                                 Y sus palabras sonaron vacías para ambos.
-Pero siempre era ella-le replicó Miranda-Aún cuando estuvo casada con sir Thomas. Siempre era ella la que ocupaba tu mente. Y...Ahora...
-Lo siento-se lamentó William.
                               Se puso de pie y besó a Miranda en la frente.
                               Salió de casa.
                               Notó cómo las lágrimas quemaban sus mejillas.
                               Rose le estaba esperando en su habitación.
                               Logró colarse en su cuarto sin ser visto.
                               También ella había estado llorando. También ella se daba cuenta de que aquella relación no tenía futuro.
                                Las cosas pudieron haberse hecho de otra manera. Los dos lo admitían para sus adentros.
                                 Rose estaba sentada en su cama. William se sentó a su lado en la cama.
                                 Le dio un beso en la mejilla.
                                 Ya llevaba puesto su camisón de color rosa. Su cabello ya estaba suelto y descendía sobre sus hombros.
                                  William la abrazó.
                                  Rose...
-Lo que estamos haciendo está mal-se lamentó la joven.
-Olvido muchas veces que eres una mujer libre-recordó William.
-Thomas, por desgracia, ya no está aquí. Pero una viuda, al contrario que un viudo, no tiene la misma libertad de movimiento. Se la critican si se la ve en una fiesta. Digan lo que digan, a las viudas se las tiene condenada a una especie de muerte en vida. Y tú eres un hombre casado.
-Le estoy destrozando la vida a Randy.
-¡Oh, Will! No debería de ser así. Tendrías que regresar a casa. Al lado de tu mujer...
                               William meneó la cabeza en sentido negativo.
                               Era demasiado tarde.
                                Su matrimonio con Miranda estaba muerto. Los dos lo sabían.
-Me estás pidiendo un imposible-afirmó William-No estoy enamorado de Randy.
-El problema es que ella sí está enamorada de ti-suspiró Rose con tristeza.
-Sólo sé que quiero estar contigo.
                               


                               Estaban llorando.
                               Rose sabía que estaba mal lo que estaban haciendo.
                               Le habían roto el corazón a Miranda. A una joven buena que no le había hecho nunca daño a nadie.
-Rose...-murmuró William.
                             En algún momento, se quedaron desnudos. William se sentía como si estuviera borracho. O drogado...
                            Sólo era consciente de que yacía en la misma cama en la que yacía Rose. Que estaba al lado de ella.
                             Que podía enredar sus dedos en el sedoso cabello negro de Rose. Que estaba besando de manera apasionada a Rose. Que sus labios recorrían con fervor cada centímetro de la piel de ella. Que estaba besando sus pechos con verdadera ansia.