sábado, 29 de junio de 2013

UNA BRISA SUAVE

                     1 de marzo de 1825

                 Dejo que pasen los minutos. Debería de estar acostada. Pero no me acuesto. Permanezco sentada en la cama. Puedo escuchar a lo lejos la campana de una Iglesia. ¿Es la Iglesia de la isla? Ya no sé nada. Mi mente es un caos. Estoy sentada en mi cama.
                  Me pongo de pie. Me paseo por mi habitación. Quiero hacer una cosa. Y mi sentido común me dice que es una locura. Siento que mi vida entera es una locura. ¿Qué es lo que ha cambiado?
                  Me asomo por la ventana. Son pocas las estrellas que brillan esta noche en el cielo. Soy yo la que ha cambiado. Me he enamorado. Ya estaba enamorada antes. No quería verlo. Ahora...Para mi desgracia...Lo veo todo demasiado claro. Y eso es lo que más me asusta.
                  Salgo de mi habitación procurando hacer el menor ruido posible. Soy dueña de mis actos. Dejo que mis pies cubiertos por mis zapatillas me lleven a la habitación de Ricardo. ¿Estará aquí?, me pregunto. ¿Habrá salido? No sé porqué esta noche siento el irresistible anhelo de estar con él. De yacer entre sus brazos. Me cubro los hombros con un chal. Llevo puesto mi camisón.
                   Todo el mundo duerme. Paso delante de la habitación de Augusta. Mi prima está profundamente dormida. Veo cómo su pecho sube y baja al respirar.
                     Entro en la habitación de Ricardo. Me sorprendo al ver que mi primo duerme desnudo. Su torso está desnudo. No quiero ni pensar lo que encontraré bajo las sábanas.
                     Me acerco despacio a él. Empiezo a besarlo. Lo beso suavemente por toda la cara. Lo beso de lleno en la boca. Noto que se mueve. Que se está despertando. Abre sus ojos y los posa en mí.
-Claudia...-susurra al verme.
                  La habitación está sumida en la penumbra. No puede ver mi rostro ruborizado. Pero sí puede ver mis ojos llenos de anhelo. Mi pelo rubio que cae suelto sobre mi espalda.
                 Alza una mano y me acaricia el rostro con la yema de los dedos.
-Si quieres, me voy-le digo.
-No te vayas-me ruega-Quédate conmigo, prima.
                 Hace que me siente a su lado. Él mismo se sienta en la cama mientras yo pongo los pies encima del colchón.
-No hagas ruido-le pido-No quiero que nadie se despierte. Y me vea aquí.
        


                 Mi corazón late muy deprisa dentro de mi pecho. Por un lado, deseo salir corriendo de esta habitación. Por el otro lado, quiero quedarme.
-Claudia, antes o después, esto tenía que pasar-me asegura Ricardo-¡No podemos controlar lo que sentimos! No recuerdo en qué momento empecé a amarte. Creo que he pasado toda mi vida amándote. No debería de ser así. Pero es así.
-No sé qué hacer con lo que siento dentro de mi pecho-me asusto.
               Ricardo está completamente desnudo. Ya no me cabe la menor duda. Al meterme en la cama con él, mis piernas rozan las suyas. No lleva ni siquiera puestos unos calzones. Debo de ponerme roja como la grana. Me susurra palabras de amor al oído. Mientras, me despoja de mi camisón. Quedo tan desnuda como él. Aún siento pudor. Pero quiero que me vea desnuda. Como él está desnudo. No me cubro con las manos. Pero sí me meto debajo de las sábanas.
-Tienen que entenderlo-me asegura-No sé cuánto tiempo podremos guardar silencio.
-No hables de eso ahora-le pido-Disfrutemos del momento. Estamos tú y yo solos.
                Ricardo me besa con pasión en la boca. Respondo a su beso con la misma pasión que él. Siento que esta noche no soy yo. Soy otra. Otra Claudia...
                 Ricardo recorre mi cuello con sus labios. Me besa en los hombros. Sus manos se deslizan por mi cuerpo. Me abraza con fuerza. Me acaricia con sus manos despertándome a la vida. Al placer...
              Así es como tiene que ser, pienso.
               Ricardo lame mis pechos con suma delicadeza. Succiona suavemente mis pezones. Mis manos empiezan a acariciar cada rincón de su cuerpo. Deseo que sea mío en cuerpo y alma. Beso su cuello.
                Nos besamos. Nos besamos muchas veces. No quiero que deje de besarme. No quiero que deje de quererme. Que no me ame como yo le amo a él.
              Ricardo llena de besos cada centímetro de mi cuerpo. Me acaricia con suma delicadeza. Lame cada centímetro de mi piel. Me estrecha entre sus brazos con fervor. Siento cómo su cuerpo invade mi cuerpo. Me abro para recibirlo dentro de mí. Para poder fundirme con él.
              No siento que estemos haciendo algo malo. Es pecaminoso el placer que Ricardo me causa. Pero quiero disfrutar de ese placer pecaminoso. Quiero quedarme en su cama para siempre. Ya no es sólo su cama. También es mi cama. Nos convertimos en un solo ser. Dejamos de ser Claudia y Ricardo.
-¿Te vas a ir?-me pregunta con la voz rota.
-Preferiría quedarme-le respondo.
                   Una parte de mí me dice que estoy cometiendo una locura. En cualquier momento, alguien se puede despertar. Alguien puede ir a mi habitación. Y verá que no estoy. La luz de la Luna se cuela por la ventana de la habitación de Ricardo. Le da de lleno en la cara.
                   ¡Es tan apuesto y tan dulce!, pienso con arrobo. Me pongo tensa al pensar en que alguien puede encontrarnos juntos. Su mirada se llena de deseo cuando la posa en mi cuerpo. No debe de dolerme que nos encuentren juntos.
-Claudia...-me susurra con dulzura-Podemos estar juntos.
-No digas nada-le ruego.
-Pero...
                      No quiero escuchar lo que me quiere sugerir porque me da miedo que me pida que cometamos una locura. Ricardo siempre ha sido así. Siempre ha sido muy impulsivo.
                      Yo debo de ser la única cuerda de los dos por nuestro propio bien.
                     El cuerpo de Ricardo se pega más a mi cuerpo.
                     Sus manos se posan con delicadeza sobre mis hombros. Me acaricia la mejilla con la mano, haciendo que lo mire.
                     ¿Puede adivinar lo que estoy pensando?
                     Soy yo la que se acerca aún más a él para besarlo con dulzura. El beso que me da él es más apasionado. Los besos que nos damos a continuación son más fogosos y más largos. Miro mi ropa, que está esparcida por el suelo de la habitación.
-Claudia...-me llama con la voz ronca.
                    Todavía no me puedo creer que esté en la cama de mi primo.
                    Los dos no podemos dejar de besarnos ni de acariciarnos el uno al otro con las manos y con los labios.
                     Sigo sin creerme lo que he hecho ni lo que estoy haciendo. Soy una ramera. ¡Esta ramera no puedo ser yo! La dulce Claudia...La tranquila Claudia...La fría Claudia...
                    Ricardo está muy excitado. Lo quiere todo de mí. Le oigo susurrar mi nombre una y otra vez mientras llena de besos mi cara.
-No...-le pido-No digas mi nombre.
-Claudia...-me dice-Mi amor...
                  Yo tengo mucho miedo de que alguien nos descubra. Pero, al mismo tiempo, no quiero alejarme de su lado.
                   Los besos que me da son ardientes. Los besos que me da son sensuales.
                   Largos...
                  Los besos que me da están llenos de dulzura.
                  De cariño...
                 Los besos que me da están llenos de amor.
                 No quiero que esta noche termine.
                 No quiero que acabe esta noche de pasión. Y no quiero volver a mi habitación antes de que llegue el amanecer.
                La boca de Ricardo se pasea por mi cuello. Lame mis pechos con sumo deleite. Me besa en el vientre. Sus labios recorren mis piernas.
                 Yo no pienso en que lo que estoy haciendo está mal porque una parte de mi mente se nubla.
                 Le acaricio la espalda con las manos.
                Estamos llenos de deseo. Poco a poco, Ricardo se va introduciendo en mi interior. Los dos nos fundimos nuevamente en un solo ser.
                Me besa con dulzura cuando todo estalla a nuestro alrededor.
-Quédate-me suplica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario