lunes, 1 de julio de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
En esta ocasión, traigo dos anotaciones, cada una correspondiente a los diarios de Claudia y de Ricardo.
Vamos a ver lo que pasan por sus cabezas.

DIARIO DE CLAUDIA

                     2 de marzo de 1825

                    Ya me he puesto el camisón y contemplo la figura dormida de Ricardo. Pienso que es mejor que vuelva a mi habitación. Todavía no ha empezado a amanecer.
-¿Adónde vas?-me pregunta Ricardo-¿Ya es de día?
                     Su voz suena somnolienta. Se está despertando.
-He de irme-le respondo.
-No...-me pide.
-Si no vuelvo a mi habitación, podría ocurrir algo terrible. Los dos lo sabemos. Deja que me vaya.
-No pasará nada.
-Estamos hablando de nuestra familia.
-¡Te digo que no pasará nada! 
                    Me coge suavemente de la mano y hace que me acueste a su lado. Por un lado, sé que tengo que irme. Por el otro lado, lo que más deseo es quedarme a su lado.
-Tienes miedo de lo que pueda pasar-observa Ricardo-Si te soy sincero, yo también estoy asustado.
-Es demasiado tarde como para dar marcha atrás-me lamento.
-Pienso que sería una buena idea que huyamos. ¡Vámonos, Claudia! ¡Vayámonos lejos! Muy lejos... Donde nadie nos conozca.
                 Acaricio con la mano la mejilla de Ricardo.
-No puedo irme contigo-me lamento.
                Mis ojos están llenos de lágrimas. Veo que hay lágrimas en los ojos de Ricardo. Somos los dos muy desgraciados. Dos personas que se aman. Y que no pueden estar juntas.
-No te separes de mí nunca-me ruega Ricardo-Ya veremos lo que haremos. Huir es lo más lógico. Te quiero.
                No quiero pensar en nada. Sólo quiero estar al lado de Ricardo. ¿Tanto estoy pidiendo? Creo que deseo demasiado. Poder estar con Ricardo. No separarme nunca de él. Que mis padres puedan entenderlo.
                   No lo van a entender. Nunca lo entenderán.

    
            Ricardo me besa suavemente en el cuello. Nuestros labios se encuentran en un beso apasionado. Los besos que nos damos están cargados de pasión y de anhelo. No pensamos ya en nada más. Sólo queremos estar juntos. Me olvido de todo. Incluso, me olvido de que tengo que irme de la habitación de Ricardo.

DIARIO DE RICARDO

                           3 de marzo de 1825

-Don Enrique me quiere, hermano-asegura Augusta.
-¿Cómo dices?-se sorprende Claudia.
-Te digo que me quiere. Se muere de amor por mí. ¿Lo has notado?
-¿Cómo quieres que lo note?
-¿Te has fijado en cómo me mira?
-Te mira como se mira a un jarrón.
-Pero yo soy un jarrón muy bonito. ¿No crees, prima?
-Está bien. Tú ganas.
-¡Don Enrique me ama, Claudia!
                  Las oigo hablar en el salón. Un rato después, Augusta insiste en que salgamos a pasear. Claudia prefiere quedarse en casa.
                  ¿Acaso ha olvidado lo que ha ocurrido entre nosotros? Está muy asustada. Tendría que estar con ella. Tendría que hablar con ella.
                 Pero no puedo olvidarme de Augusta. Mi hermana está enamorada de un imbécil. Por supuesto, no puedo hablar así del conde de Noriega. Augusta se enfadaría conmigo. Lo último que quiero es discutir con ella. Pero don Enrique me cae mal. Y no lo puedo disimular. Augusta lo sabe. 
                   Hemos salido a dar un paseo por la zona de las palmeras. Mi hermana sonríe al imaginar su vida al lado del conde de Noriega. Lo último que deseo es verla unida a semejante imbécil.
-¿Estás segura de que el conde está enamorado de ti?-indago.
-Aún no me lo ha dicho-me confiesa.
-¿Y en qué te basas para decir que don Enrique te ama? ¿Te ha hablado alguna vez de amor?
-Le da reparo hablar de amor. Su matrimonio con doña Catalina fue, como ya sabes, un desastre. Le da miedo admitir que está enamorado de mí.
-Augusta, ¿se te ha declarado? ¿Te ha pedido que te cases con él?
                   Augusta me fulmina con la mirada.
                   Insiste en que don Enrique está enamorado de ella. Aparta la rama de una palmera. Afirma que don Enrique es tímido.
-¿Cómo puede un hombre que lee tantos ensayos ser tímido?-le pregunto-Es un hombre culto e inteligente. Debería saber desenvolverse más.
-Tío Tomás dice que le recuerda mucho a Claudia-responde mi hermana-Nuestra prima es como un ratoncito de biblioteca. Le gusta estar encerrada en la biblioteca. Leyendo libros. O escribiendo. Tiene un poco apartado el ensayo que desea escribir. Cada día que pasa, me recuerda más a tía Pruden. ¿No crees?
                   Yo pienso que Augusta se equivoca.
                   Claudia...
                   No es ningún ratoncito de biblioteca. Es una joven inteligente y despierta. Y es, además, muy bella. Pero no se lo digo a Augusta.
-Claudia podria ser mi dama de honor-propone mi hermana, palmoteando.
-Primero, don Enrique tiene que venir a hablar con nuestro tío-le recuerdo-Entonces, pondréis fecha a vuestra boda.
-¡Ya lo sé, hermanito! Lo que pasa es que don Enrique tiene muchas cosas que hacer. Yo le escribo. Pero está siempre ocupado con sus documentos. Con sus tierras...Su amigo, el señor Serrano, me lo ha contado. Pero me ha asegurado que piensa mucho en mí. 
            Noto que he torcido el gesto. Es curiosa la vida. Augusta está enamorada de un hombre que no la quiere. Y podrá estar con él. En cambio, yo me he enamorado de la mujer más maravillosa del mundo. Tengo la enorme suerte de ser correspondido por ella. Y, sin embargo, no podemos estar juntos. No quiero que Augusta sufra por culpa de don Enrique. El amor que siento por Claudia me ahoga. Oprime mi pecho.
-¿Y qué va a pasar entre tú y Dafne?-me interroga Augusta.
-No va a pasar nada-le contesto.
              Mi hermana pone los ojos en blanco.
             
   
            Sé lo que me va a decir. Y no tengo ganas de discutir con ella.
-¡Eres un bobo!-me regaña.
                Me repite que soy un buen chico. Quizás, tenga cierta tendencia a meterme en líos. Pero Dafne conoce mi naturaleza bondadosa.
               En aquel momento, la figura de don Enrique se cruza en nuestro camino. Veo a mi hermana sonreír tontamente, algo que nunca antes había hecho.
-Buenas tardes, señorita Ballester-saluda mi hermana-Ricardo...¿Cómo está?
-Estaba bien-contesto-Hasta ahora, que le he visto.
-¡Ricardo!-se escandaliza Augusta-Perdónele, Excelencia-Mira a don Enrique-Mi hermano es joven y alocado. No sabe controlar su lengua.
                Don Enrique hace un gesto desdeñoso. Coge la mano de Augusta y se la besa.
                Pasan un rato hablando mientras yo les miro con gesto de perplejidad.
-Está muy guapa esta tarde-adula don Enrique a mi hermana-Ese vestido que lleva puesto la favorece. Pero...Debería de ponerse un sombrero. Tiene usted la piel muy delicada, señorita Ballester. Podría quemarse.
-¡Oh, es usted muy amable!-se ruboriza Augusta-Se preocupa mucho por mí.
-Ya sabe que mis intenciones hacia usted son honradas. Jamás le haría daño. Le doy mi palabra.
-Y yo le creo, Excelencia. Es usted todo un caballero. Se porta muy bien conmigo. ¡No sé qué decir!
               Don Enrique coge la mano de mi hermana. Por lo visto, está muy desesperado en encontrar nueva esposa. Sabe bien lo que le tiene que decir a Augusta. A pesar de su enérgico carácter, Augusta parece otra cuando está con don Enrique.
-Si nos disculpa, mi hermana y yo tenemos prisa-intervengo-Nos están esperando.
-¡No seas desagradable!-me vuelve a reñir Augusta-Y no tenemos prisa.
-Dispénseme, señorita Ballester-se excusa don Enrique-No quería entretenerla. No la molesto más. La dejo ir.  
-No es ninguna molestia hablar con usted, señor conde-le asegura Augusta-Al contrario...Siempre es un placer hablar con usted.
                Don Enrique le besa la mano. Se aleja de nosotros. Augusta y yo nos quedamos solos. Mi hermana me fulmina con la mirada.
-¿Cómo puedes ser tan grosero con el conde de Noriega?-me espeta-¡Me dejas en evidencia!
-Ese hombre no te quiere-afirmo-Lo veo en sus ojos.
-Y yo veo en tus ojos que estás enamorado de Dafne. Lo que te pasa es que eres un cobarde. Te da miedo admitir lo que sientes por ella.
                 Evoco los besos llenos de ternura que me da Claudia. Mi hermana tiene razón. Estoy enamorado. Pero no soy un cobarde, sino que admito lo que siento. El problema es que no estoy enamorado de Dafne. Estoy enamorado de Claudia.
                Augusta y yo empezamos a caminar. No nos dirigimos la palabra. Me pregunto cómo le cuento a mi hermana que estoy enamorado de nuestra prima. ¿Cómo reaccionará Augusta cuando se entere? Mi hermana puede ser imprevisible en sus reacciones.


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