sábado, 2 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

                  8 de febrero de 1825

              Ricardo, Augusta y yo damos un paseo por la isla. Hace algo de frío esta tarde. Augusta y yo nos ponemos un chal para protegernos del frío.
-El señor Serrano y tú estáis un poco torpes últimamente-comento. Miro a Ricardo-Los dos habéis sufrido accidentes que pueden ser muy raros.
              Mi primo se pone rojo. Me fijo en ese detalle.
              ¿Por qué?, me pregunto. ¿Por qué se pone rojo?
               Hay un hombre pescando en el río. Nos fijamos en que ya hay en su cesta varias pantenas. Sin duda, su día de pesca está siendo muy provechoso. Cuando salimos de casa, vimos a los jornaleros arrancar las malas hierbas que crecen en el arrozal. Hay arrozales cerca de la orilla del río. Las arquetas sirven para que el agua del río llegue hasta los arrozales. Y se rieguen.
                Da pena, pienso. Dentro de muchos años, Ricardo, Augusta y yo estaremos muertos. La isla seguirá aquí.
                ¿Cómo seguirá? ¿Seguirá viviendo gente en ella?
                Vemos pasar a un carruaje desde la distancia.
                Augusta frunce el ceño. No era el carruaje del conde de Noriega. Mi prima dirá lo que quiera ante su hermano. Pero está perdidamente enamorada de don Enrique. Y quiero pensar que él también le corresponde.
                 ¿Se echará a perder la tierra cuando nosotros ya no estemos? Apartamos los juncos que se enredan a nuestro paso en nuestras piernas. Pisamos las matas de carrizo sin darnos cuenta mientras caminamos. Estamos cambiando, sin darnos cuenta, el paisaje.
                  Las aves están metidas en sus nidos. Están empollando sus huevos. En pocas semanas, nacerán los polluelos.
                  Es un gesto que se repite año tras año.
                   Quizás...Yo...
                  No esté aquí el año que viene. Podría estar en Barcelona. Ya tengo dieciocho años. Tengo que tener una puesta de largo. Lo dicen mis padres. Pero...La idea no me entusiasma nada.
-Ese tipo debía de estar borracho-afirma Ricardo-O, a lo mejor, estaba de resaca. Hay una taberna en la isla. Va mucho por allí. Deberías de vigilar bien tu dote, prima.
-Mi dote está bien guardada-le tranquilizo.
-A don Enrique no le interesa mi dote-intervino Augusta-Me ha escrito una carta. Es muy bonita. No la he traído conmigo. Está bien guardada en mi habitación. Voy a releerla todos los días. ¡Qué cosas me dice! ¡Quién lo iba a imaginar! Siempre ha tenido fama de serio. A mí me intimidaba.
-¿El conde te da miedo, hermanita?-ironiza Ricardo.
-¡Oh, ya me conoces!-se ríe Augusta-No le tengo miedo ni a nada ni a nadie. Pero con el conde es distinto.
-Es normal, hermana mayor. Estás enamorada de él.
-Yo le aprecio mucho. Y le quiero mucho. Y él está muy interesado en mí.
-Si sus intenciones son serias, debería de hablar con mi padre-sugiero-Estás bajo su cuidado.
-Es ahora cuando más de menos echo a mi madre-se lamenta Augusta-Echo de menos los consejos que me daba. No tuve mucho éxito cuando fui presentada en sociedad.. Los caballeros que me cortejaban me decían que yo era hermosa. Pero no soportaban mi inteligencia. Les intimadaba mucho. Prefieren casarse con una mujer que sea una tonta. Don Enrique no es así. Su Excelencia valora mis opiniones. Le gusta hablar conmigo. Dice que soy muy inteligente. Le gusta debatir conmigo sobre cualquier tema. Y eso es muy importante.
                Los árboles que están a la orilla del río se inclinan hacia las aguas. Cada año que pasa, se van inclinando cada vez más. Se quieren suicidar, pienso.
-Dafne recibe en su casa visitas-le dice Augusta a Ricardo-Van a verla caballeros muy importantes de toda la comarca. Te sugiero que te espabiles.
-Dafne es una joven encantadora-se sincera Ricardo-Pero no creo que estemos hechos el uno para el otro. Somos muy diferentes. No seríamos felices. Ella se merece otra clase de hombre. Más sereno...
-¡Eso mismo pienso yo!-casi grito-Ricardo es un bala perdida. No creo que sea capaz de ser un buen marido para una joven como Dafne.


-¡Tonterías!-exclama Augusta-Ricardo y Dafne están hechos el uno para el otro, Claudia. Lo que pasa es que mi hermano es un bobo que no se da cuenta de nada.
              Dicho esto, Augusta se cuelga del brazo de Ricardo para caminar. Le sonríe con dulzura.
              Ricardo no mira a su hermana. Me está mirando a mí. Me mira con tanta intensidad que empiezo a temblar. No sé porqué me alegro de que Ricardo no esté enamorado de Dafne.
              Sus ojos me lo dicen. No está enamorado de Dafne Velasco. Y yo me alegro de que no la ame.
-Creo que la decisión de escoger una esposa me corresponde a mí-le recuerda a Augusta-Tengo que evaluar si el conde es capaz de hacerte feliz, hermana mayor.
-Soy lo bastante mayorcita como para escoger marido-le replica mi prima-Pero tú eres mucho más joven que yo.
-Sólo soy dos años menor que tú. Ya no soy un niño, Augusta. Puedo escoger a quien quiera como esposa. Sólo tengo que amarla. Y cerciorarme de una cosa.
-¿De qué te tienes que cerciorar?-le interrogo.
-De que ella también me ame.
               Mi corazón empieza a latir a un ritmo muy agitado. Aparto la vista de Ricardo. No soporto el brillo intenso que desprenden sus pupilas esta tarde. Decidimos regresar a casa. Augusta y yo tenemos que subir a cambiarnos de ropa. Ricardo entra a toda prisa en el salón. Se sitúa frente a la ventana. Yo me quedo parada durante unos instantes en el umbral de la entrada al salón. La puerta está abierta. Augusta sube la escalera dando zancadas.
-Primo...-le llamo-Tomes la decisión que tomes, quiero que sepas que me alegro por ti.
-¿Lo dices en serio, Claudia?-me pregunta.
-Por supuesto que lo digo en serio. Sólo quiero que seas feliz.
               Ricardo se gira para mirarme.
-Claudia, quiero que sepas que te quiero muchísimo-me confiesa-Que si me meto con ese tal Serrano es por ti. Porque no quiero que te haga daño. Después de mi hermana, eres la persona a la que más quiero en este mundo. Tu compañía es para mí el mejor de los regalos.
              Noto cómo las mejillas se me encienden al escuchar lo que considero que es un piropo. Soy su prima, pienso. Es normal que valore mi compañía.
-¡Vaya!-me río.
-Es la verdad-insiste Ricardo-Quiero que sepas que me alegraré por ti tomes la decisión que tomes. Pero te ruego que no tomes una decisión precipitada. Eres una muchacha muy inteligente, Claudia. No te dejas guiar por unas cuantas palabras bonitas. Las palabras bonitas, a veces, van acompañadas de un recipiente vacío. No hay amor. Sólo hay unas cuantas frases soltadas por casualidad. Lo que importan de verdad son los sentimientos. El preocuparse de verdad por una persona. Sobre todo... Cuando...Esa persona...Es a la que más se ama en el mundo.
              ¿Y a quién amas tú, primo?, quiero saber. ¿Estás realmente enamorado de Dafne?
-Voy a subir a cambiarme-me decido.
               Subo corriendo la escalera. Quiero alejarme de Ricardo. Siento fija su mirada en mi espalda.

4 comentarios:

  1. ohhhhh romance a la vista
    me ha gustado esta parte del parque
    Besines

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    1. Hola, Anna.
      ¡Qué contenta estoy de saber que te está gustando esta historia hecha microrrelatos!
      Estate atenta, que empieza lo bueno.
      Un fuerte abrazo.

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  2. Ah, qué parte más romántica, yo también me alegro de que las cosas se vayan poniendo un poquito más claras y nuestra querida protagonista vea un poquito más allá de lo evidente ;)

    Besos.

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    1. Hola, Aglaia.
      La verdadera naturaleza de los sentimientos de Claudia y Ricardo está a punto de salir a la luz.
      ¡Empieza la movida!

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