viernes, 28 de marzo de 2014

UNA BRISA SUAVE

12 DE MARZO DE 1825

-Claudia, sospecho que Dafne está fingiendo que está enferma-me comunica Ricardo-Me ha contado que sus padres quieren mandarla lejos de Buda. Y que ella no quiere irse. 
-Es cierto-admito-Me lo ha confesado. 
-Todo esto que está haciendo es por mí. ¿Verdad? 
-Dafne te ama. 
-Podría amarla de no estar tú, Claudia. 
-Ricardo...
                  He pasado la noche en vela. Veo profundas sombras surcando los ojos de Ricardo. Le veo más delgado. 
                   También él está sufriendo. 
                   Lo nuestro es una locura. Lo ha sido desde el primer momento. Pudimos haber dado marcha atrás. Pero es inútil. Rezo para no haberme quedado embarazada de mi primo. Sería demasiado para nuestra familia. Ricardo ha llorado a solas en su cuarto. Yo también he llorado. Y sufro porque pienso que le estamos haciendo daño a nuestra familia. 
                     Ricardo acuna mi rostro entre sus manos y me llena de besos mi cara. Me abrazo a él. Nos besamos durante un largo rato en la boca de manera apasionada. 
                     Damos un paseo por las dunas de la playa mientras hablamos. 
                    Estamos solos. No podemos estar aquí mucho tiempo.
-No me pidas que esté con Dafne, Claudia-me ruega Ricardo-No me pidas eso. Sería hacerle daño. 
                     Quiero gritarle que el daño ya se lo estamos haciendo. Pero las palabras no afloran por mi garganta. Ricardo me besa en la frente. 
-Es demasiado tarde, Claudia-prosigue Ricardo. 
-No sé si estoy embarazada-le recuerdo-La virginidad se puede fingir. Hay una anciana aquí en Buda. Puede hacerme un favor. 
-¿Coserte el himen?
-He oído que hace eso. 
-¡Es una atrocidad! Aunque no estés embarazada, nos pertenecemos el uno al otro. 
                      Pienso que es cierto. Pero no quiero admitirlo. Mis padres no sospechan nada. Y Augusta tampoco sospecha nada. Aunque, a veces, he creído sentir cómo me miraba de un modo extraño. Me odio a mí misma por no ser capaz de contarle nada a mi prima. 
                     

-Cuando se enteren, van a sufrir mucho-le aseguro a Ricardo-Mis padres nos odiarán. Augusta también nos va a odiar. No podremos casarnos. 
-¡Sí que podemos!-afirma él con rotundidad-Con una dispensa papal...
-No te entiendo. 
-No sé qué he de hacer. ¡Pero lo haré! Iré a Roma. Escribiré al Papa. Iré en peregrinación a Santiago de Cómpostela. A Jerusalén...A cualquier sitio...¡No me importa! Tan sólo quiero estar siempre contigo, Claudia. Como marido tuyo...Sin que tengamos que escondernos. 
                       Ricardo y yo nos fundimos en un beso largo y apasionado. Me abrazo de nuevo a él al acabar.
                        Pero no tardo en separarme de él. Siempre está presente este absurdo miedo. Un miedo que se apodera de mí.
-En la aristocracia, se practica la endogamia-le cuento-Lo he leído.
-Los tíos se casan con las sobrinas-recuerda Ricardo-La sangre se ensucia de tanto mezclarse. Es algo que piensa también Augusta.
                          Le cojo la mano. Se la beso.
-¿Tú crees que nuestro amor es sucio?-le pregunto-¿Crees que tendremos, en el caso de que me quede encinta, un hijo que esté enfermo? También lo he leído. Los hijos de sangre sucia están enfermos. Sangre sucia por enamorarnos. ¡Dios! ¡Esto es de locos!
-Claudia, a ningún hijo nuestro le pasará algo. Créeme.
                          Ricardo quiere que sea paciente.
                          Me pide que crea en él. Pero me cuesta trabajo creer en él.
                          Y el miedo que siento en mi interior va creciendo a medida que van pasando los días. Lo noto. 

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