sábado, 13 de febrero de 2016

LA LLEGADA DEL AMOR

Hola a todos.
He decidido adelantar San Valentín a este blog con este relato. Es muy cortito, pero creo que es muy bonito.
Es una historia que empecé a escribir hace algún tiempo, pero, como viene siendo habitual en mí, la dejé a medias.
De modo que me he animado a terminarla.
Es una historia con tintes románticos.
Espero que no os importe que le dedique esta entrada a una buena amiga que me dio el consejo de terminar todas las historias que tengo a medias.
Claudia, si estoy dispuesta a terminar todo lo que empiezo ha sido porque tú fuiste una de las que me dio ese consejo. ¡Y te estoy haciendo caso!
Deseo de corazón que te guste esta historia.
Se titula La Llegada del Amor. 

LA LLEGADA DEL AMOR

Corría los últimos años del siglo XVIII cuando Esperanza Campuzano contrajo matrimonio con Fernando Orellana de Santa Cruz. Fue un matrimonio por amor. Y se sabe que fueron muy felices. Él era un joven oriundo del sur de España. Aunque tenía raíces extremeñas. Tenía fama de ser valiente. Aunque sus superiores en el Ejército le habían castigado en ocasiones por su carácter temerario. Porque no vacilaba a la hora de poner en peligro su propia vida.
            De Fernando se decía que sería capaz de comandar su propio Ejército, pero su carácter era demasiado impulsivo. No sabía contenerse a tiempo. Y podía ocurrir una tragedia. Él se conformaba siendo casi siempre el segundo-al-mando.
            Varios contingentes del Ejército español fueron enviados a la frontera con los Pirineos.
            Uno de los contingentes estaba liderado por el conde de Santillana. Tenía fama de ser un hombre duro, pero comprensivo.
            Se vivía con cierto temor por una parte de la sociedad española la Revolución Francesa. Otra parte de la sociedad española veía esperanzada la Revolución Francesa. Sin embargo, el Rey pensaba que había que frenar una posible invasión francesa. ¿Y si se implantaban en España las ideas revolucionarias? Había que impedirlo a toda costa.
Fernando formaba parte de dicho Ejército. Pero el segundo-al-mando no era él. Era otro. Era un soldado veterano y muy curtido.
            Durante aquellos días, Fernando llegó a entablar cierta amistad con el segundo-al-mando del Conde. Bernardo Campuzano era un próspero terrateniente aragonés. No tenía lazo alguno con la aristocracia, pero sabía hacerse respetar por todo el mundo.
            Fernando llegó a caerle bien. Era joven y alocado, en su opinión. Pasaron muchas horas caminando y haciendo expediciones de reconocimiento sobre el terreno. Pasaron muchas noches en vela haciendo guardias.
            Hubo una escaramuza una noche. Un grupo de soldados franceses sorprendió al contingente español con la guardia baja.
            Se desencadenó un verdadero combate.
            Fernando estaba confundido. Hubo varios disparos. Desconocía quién estaba disparando a quién. Sólo vio que un soldado francés estaba a punto de disparar a don Bernardo. No lo dudó.
            Se interpuso entre don Bernardo y aquella bala.
De aquella forma, le salvó la vida.
            Cuando Fernando se hubo recuperado de su herida, aceptó la oferta de visitar al coronel Campuzano. Éste vivía en su enorme finca situada en las afueras de Lanuza. En el término municipal de Sallent de Gallégo…
            Fernando sabía que Bernardo estaba casado. Y que era padre de dos hijas. Las dos en edad casadera…
            Se preguntó si el coronel estaba pensando en emparejarle con alguna de sus hijas. Pero decidió que valía la pena conocerlas.
            Lanuza se encontraba en el valle de Tena. Fernando nunca antes había estado allí. Sintió curiosidad mientras el carruaje cerrado lo llevaba hasta su destino. Fue prácticamente recibido con honores de Rey por la familia y por los sirvientes del coronel.
            Todos parecían desvivirse por él. Las hijas del coronel le miraban con cierto embeleso. Aquel hombre le había salvado la vida a su padre. Era como una especie de héroe para ellas.
            Además, los soldados parecían estar hechos de una pasta especial porque él no tardó mucho en recuperarse de la herida sufrida. Las hijas le seguían a todas partes. Querían saber más cosas de aquel joven tan valiente y tan osado.
            Llevaba dos semanas viviendo en la finca del coronel Campuzano. No tardó en conocer mejor a las 68 familias que vivían en el pueblo. Le saludaban a su paso. Todos querían hablar con él. Saber más cosas de él.
            Se sabía que había sido herido en el costado cuando le salvó la vida al coronel. Había perdido mucha sangre. Pero el médico le aseguró que la herida había sido más bien superficial. Fernando era un hombre que se encontraba en la flor de la vida. Tenía veintiocho años. Era fuerte. Su cuerpo había sido duramente entrenado para resistir los rigores de una batalla.
            Tardó poco tiempo en recuperarse. Se llevaba bien con las dos hijas de Bernardo Campuzano. Sin embargo, sólo fue una de ellas la que llamó poderosamente su atención nada más conocerla. Esperanza, la hija mayor, le había cautivado. Ella y su hermana menor, Sara, le enseñaron las praderas que rodeaban el pueblo. Asistía con ellas y con sus padres a la Misa que se celebraba todos los domingos en la Iglesia de El Salvador, que estaba en mal estado tras haber sufrido los envites de la Guerra de la Independencia.
Paseaba con las dos jóvenes por los prados.
            Pero fue Esperanza la que le cautivó. Poseía un largo cabello de color rubio muy claro que caía rizado sobre su espalda. Lo llevaba recogido en un holgado moño. Pero él imaginaba cómo sería ver aquel precioso pelo suelto. Sabía que era devota de Santa Quiteria, la patrona del pueblo. Sus ojos eran de color azul cielo muy claros y de mirada ingenua. Podía pasarse las horas muertas embobado mirándola después de que ella le hubiera sonreído. Porque su sonrisa era propia de una hechicera.
            Una vez, la siguió hasta el valle donde ella y Sara, su hermana menor, solían bañarse. Iban vestidas, pero las camisolas interiores que cubrían sus cuerpos se les pegaba a la piel mojada. A Fernando se le secó la garganta al imaginar a Esperanza sin ropa. Se dijo que no debía de tener aquella clase de pensamientos con ella. Era la hija de su anfitrión. Le debía un respeto.
            Ella le contó la historia del pueblo. Supo que los habitantes se dedicaban a la agricultura y a la ganadería. Les veía pasar con el ganado en dirección al monte. Les veía arar la tierra. Esperanza aún no había sido presentada en sociedad y soñaba con el momento de poder viajar a Huesca.
            Tenía dieciocho años recién cumplidos y, en el pasado, había llegado a estar prometida en matrimonio, pero su prometido había muerto. Fernando pidió información a los criados acerca de Esperanza. A pesar de que ella era tan sólo nueve años menor que él, Fernando no vio ningún inconveniente. Nada más conocerla, pensó que Esperanza era la mujer de su vida.
            Los vecinos del pueblo le saludaban a su paso. Fernando era agasajado por éstos. Un pastor llegó, incluso, a querer venderla la mejor de sus ovejas. Una mujer le ofrecía pan recién hecho. Le dijo que iba a tejerle una manta. Fernando agradecía siempre aquellos gestos amables.
            Pero su principal interés era Esperanza. La muchacha le contó que su prometido era un conocido banquero de Huesca. Pero aquel hombre había querido zarpar en busca de aventuras al otro lado del océano. Nunca había estado enamorada de él. De modo que no lamentó su marcha. Él le prometió que regresaría. Esperanza se quedó esperándole. El año anterior, recibió la noticia de que su prometido había muerto durante una reyerta.
Para su sorpresa, descubrió que su prometido no estaba en América del Sur. Estaba en Teruel.
Su muerte había sido deshonrosa.
El prometido de Esperanza no había sido un buen hombre.
La joven apenas le había tratado. Sin embargo, no le había caído bien. Le había parecido un hombre duro y frío.
No le había llorado. Su muerte la había dejado libre. Era así como se sentía.
            El coronel Bernardo Campuzano rara vez estaba en casa. Tras el nacimiento de Sara, había participado en otras campañas. Había, incluso, luchado contra los independentistas en Argentina. Su mujer decía que nunca quería estar con su familia. Por supuesto, no expresaba en voz alta sus opiniones. Pero las tenía. Sus hijas las conocían.
            El coronel había llegado a convertirse en uno de los hombres fuertes del Ejército. Destacaba por su lealtad al Rey. Si bien, pensaba Fernando, a lo mejor, cambiaba de lealtad. Pero nunca se había dado el caso. De momento…Esperanza y Sara le contaron que su padre siempre estaba en campaña.
            Mientras tanto, Fernando buscaba la ocasión de poder hablar con Esperanza. Se sentaba a su lado en la mesa a la hora de la cena. Luego, daban un paseo por el inmenso jardín de la finca. Se sentaban bajo las ramas de uno de los árboles del jardín.
-Hace una noche preciosa-comentaba Fernando.
-Hay Luna llena en el cielo-decía Esperanza.
-Sí que la hay.
            Fernando se sentía torpe al lado de Esperanza.
-Y hay también muchas estrellas-añadía.
            A Esperanza le hacía gracia aquel soldado que podía ser tan valiente en el campo de batalla, pero que, luego, estando con ella, se mostraba tímido, torpe y vacilante.
            Siempre estaba a su lado mientras ella enredaba un ovillo de lana. O mientras estaba bordando un manto para Santa Quiteria.
-¿Nunca se aburre de estar haciendo labores, señorita Campuzano?-le preguntó Fernando en una ocasión.
            Ella estaba tejiendo una manta para regalársela a una vecina del pueblo ante la llegada del frío invierno.
-Es una manera que tengo de estar distraída-respondió Esperanza-Me gusta hacer esto. Nunca me aburro.
-¿Y no ha pensado nunca en viajar?-inquirió Fernando.
            Esperanza lo miró con los ojos muy abiertos.
-¿Viajar?-se extrañó-¿Y adónde voy a viajar? Sí, sé que haré un viaje a Huesca el año que viene. Mi padre quiere que sea presentada en sociedad. Con un poco de suerte, a lo mejor, también viajo a Madrid.
-Hablo de ver otros sitios. Otros lugares…¿Nunca lo ha pensado?
            Esperanza negó con la cabeza.
-Siempre he pensado que el mundo empieza y se acaba en Lanuza-admitió.
            En su fuero interno, se alegraba de no casarse. No quería salir de su casa y el mundo exterior era algo que la asustaba profundamente.
            Disfrutaba de la compañía de Fernando. Él le hablaba de los sitios en los que había estado.
            El saber que el prometido de Esperanza había muerto llenó de una insana alegría a Fernando. Estaba prendado de la dulce e inocente Esperanza. Había decidido que ella sería su esposa. Se casaría con ella y su familia no tendría más remedio que aceptarla.
            Fernando tenía el cabello de color negro, muy espeso. Solía dedicarle piropos a Esperanza. Ella era una muchacha muy sencilla y, de pronto, recibía las atenciones de aquel hombre. Un joven que, seguramente, había visto mucho más mundo que ella. Esperanza estaba segura de que había estado con las mujeres más hermosas del país. Que había tenido en sus brazos a toda clase de mujeres, desde prostitutas hasta damas de la Corte. No podía sentir celos. Era una etapa más en la vida de Fernando. La que importaba de verdad era aquélla. Quedó prendada de sus ojos grises oscuros. De su sonrisa encantadora…
            Poco a poco, le dio a entender de manera sutil que disfrutaba de su compañía. Estaba naciendo en su interior un sentimiento que, hasta aquel momento, había desconocido cuál era. Pensó en su hermana Sara. Ella solía leer toda clase de novelas románticas. Hablaba del amor con cierto tono de burla. Pero eso era porque nunca antes había estado enamorada.
            Le latía el corazón a un ritmo muy alocado cuando estaba con Fernando. Se atrevía a sonreírle de manera abierta. Era amor lo que sentía por él. No le cabía la menor duda. Estaba enamorada de aquel joven. Lo supo después de dejarse robar unos pocos besos por él.
            Lo amaba y estaba segura de que él también la amaba.
            La idea de presentar a Esperanza en sociedad la tuvo su madre. Su padre nunca estaba en casa y había que pensar en casar a las niñas. El coronel Campuzano pasaba más tiempo en campaña que buscando un marido para sus hijas. Y tanto Esperanza como Sara tenían derecho a hacer buenos matrimonios con excelentes partidos.
            Fernando pensó que Esperanza haría un buen matrimonio. Aunque Sara era muy hermosa, Fernando creía que quedaba eclipsada por su hermana mayor. Estaba prendado de su cabello muy rubio. De sus ojos azules muy claros…
            Estarían siempre juntos.
            La noche pasada había cambiado para siempre sus vidas. Nunca más estarían separados. Habían nacido el uno para el otro.
            Desde aquel día, Esperanza sentía sobre su piel las caricias de los labios y de las manos de Fernando. Se refugiaba en sus brazos. Llenaba de besos cada centímetro de su piel. Lo besaba con intensidad. Y se decía así misma que había nacido para estar con él.




            FIN

1 comentario:

  1. Hola Laura, qué relato más bonito, me ha encantado por la naturalidad del amor entre los protagonistas y porque este, con algunos escollos, se ha desarrollado sin muchos sobresaltos, es algo muy refrescante y especial, como si hubiera brotado en completa armonía y eso me encanta!!! Mil gracias por dedicármelo, eres un sol, y me siento muy contenta cada vez que cuentas que has logrado cumplir otra de tus metas, te felicito de todo corazón.

    Un abrazo enorme ♥

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