martes, 30 de septiembre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

15 DE AGOSTO DE 1825

-Estoy muy asustada, Ricardo-le confieso a mi primo. 
                              Viajamos. 
                              Nos movemos en un carruaje que Ricardo ha alquilado. 
-Es posible que Augusta haya dado la voz de alarma-me inquieto. 
-Mi hermana nunca nos delataría, Claudia-me asegura él. 
                            Hemos pasado toda la noche viajando.
-¡Ojala lleguemos pronto a Medas Grande!-exclamo-No quiero detenerme. Quiero llegar allí. 
-Vive poca gente en Medas Grande-me explica Ricardo-Vive allí todavía menos gente de la que vive en Buda. Porque Buda tiene una Iglesia. Y tiene una escuela. 
                             Me coge las manos. Me las besa. 
                            Ya ha amanecido. Pocas veces hemos hecho un alto largo en lo que llevamos de viaje. 
-¿Adónde nos dirigimos?-le pregunto a Ricardo. 
                            Él me explica que nos dirigimos a Estartit. Allí, alquilaremos una barca que nos llevará hasta Medas Grande. El viaje que nos espera es muy largo. Pero partimos con cierta ventaja sobre mis padres. Si Augusta decide delatarnos, le escribirá una carta a mis padres. La carta tardará unos días en llegar a Buda. 
                           Mis padres tardarán en averiguar donde estamos. Augusta no sabe nada. La imagen que tengo de ella es llorando en el establo. 
                            Lloraba porque le rompía el corazón verse separada de Ricardo. 
                            El amor nos ha vuelto a ambos egoístas. Pero no soy capaz de pedirle que dé media vuelta y que regresemos. 
                            Es demasiado tarde. No podríamos regresar. Y yo no quiero regresar. 
-¿Estás contenta, Claudia?-me pregunta Ricardo. 
-Estoy contenta-respondo-Estoy muy contenta. 
-En cuanto llegue la dispensa papal, nos casaremos. 
-Es lo que más deseo en el mundo. 
-Y tendremos muchos hijos. Tendremos muchos hijos, Claudia. No les pasará nada. ¡Ya lo verás!
                              Estamos sentados en el interior del carruaje el uno al lado del otro. 
                              Noto cómo el carruaje tuerce al doblar una esquina. 
                              Ricardo me abraza con fuerza y me besa en la frente. Me besa en la sien. Me besa en la cabeza. 
                              Oigo el traqueteo de las ruedas. El sonido que hacen los cascos de los caballos al golpear el suelo. La ventanilla del carruaje está cerrada. 
                              Ricardo me besa en la punta de la nariz. 
-¿Cómo es nuestro nuevo hogar?-le pregunto. 
-Quedan unos pocos sirvientes allí-responde-Mi madre, tu tía, vivió allí cuando era pequeña. Aún lo conservo. No sé si Augusta puede sospechar algo. Sobrevivió a la ruina en la que nos dejó mi padre. No he querido venderlo nunca. Nuestra casa, Claudia. Nuestra casa...Es pequeña. Pero es bonita. 
-Me gustará vivir allí. 

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