lunes, 8 de septiembre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DEL JOVEN RICARDO BALLESTER

ESCRITO EN UNA POSADA DE VANDELLÓS, CAMINO DE REMULLÁ

12 DE AGOSTO DE 1825

-¿Falta mucho para llegar a Remullá?-le pregunté esta mañana al cochero. 
-Tan sólo nos queda un día de viaje, señor-respondió el cochero. 
                              Había alquilado un carruaje para ir a Remullá. No podía pasar ni un día más alejado de Claudia. Estoy furioso. 
-¿Busca a alguien en Remullá?-me preguntó el cochero. 
-Busco la masía del señor Escudero-respondí. 
                             No estoy furioso con Claudia. 
-¿Ha sido invitado por él?-volvió a preguntarme el cochero. 
-Digamos que sí-volví a responder. 
                              Estoy convencido de que Augusta se aprovechó del estado de Claudia para separarla de mí. Claudia estaba destrozada tras la pérdida de nuestro hijo. Y Augusta aprovechó su estado para alejarla de mí. ¿Acaso mi hermana se ha vuelto loca?
                              En contra de mi criterio, pernoctamos en una posada situada a la entrada de Vandellós. 
                               Prefiero seguir hasta Remullá. Pero el cochero se niega. Y el carruaje en el que viajo es de alquiler. El cochero afirma que los caballos están agotados. Y yo pienso en Claudia. Me vuelvo egoísta. He de entender que los caballos necesitan descansar. 
                             Hace unos días, se lo confesé todo a mis tíos. Los reuní en el salón y se lo conté. 
                             Mis tíos no me creyeron. Mi tía Prudencia rompió a llorar y me acusó de ser un mentiroso. 
                             Mi tío Tomás, incluso, me dio un bofetón porque, en su opinión, estaba injuriando a Claudia. Y yo le conté que había solicitado una dispensa papal para poder casarme con Claudia. 
-¡Dime que estás mintiendo!-sollozó mi tía Prudencia. 
                              No pude seguir negándolo por más tiempo. Les grité que amo a Claudia desde hace mucho tiempo. Si rechacé a Dafne fue porque no podría amarla de la misma manera que amo a Claudia. 
-¡Pero sois primos!-me recordó mi tío Tomás, rojo de rabia-¡No podéis casaros!
-Por eso, he solicitado la dispensa al Papa-admití-Pienso convertir a Claudia en mi esposa. 
-¡Te has vuelto loco!
-Tío Tomás, Claudia también me quiere. 
                            Yo nunca antes había visto a mi tío Tomás tan furioso. Y tampoco había visto a mi tía Prudencia tan destrozada. 
-¡Eso nunca pasará!-bramó mi tío Tomás-¡No dejaré que ensucies el buen nombre de nuestra familia!
                            Pero opté por no escucharle. Mi tío Tomás no paraba de vociferar toda clase de amenazas. Desde matarme. Hasta enviar a Claudia a un convento. 
-Lamento mucho vuestro disgusto-me lamenté-Pero no podéis impedir que me case con Claudia. Iré a buscarla a Remullá. Y ya veremos lo que ocurrirá después. Pero nos vamos a casar le pese a quien le pese. 
                             Subí a mi habitación. Preparé en solitario el equipaje. Mi tía Prudencia no paraba de llorar. Llegué a ver cómo Rosalía le administraba agua del Carmen. Estaba histérica. 
                              Me marché aquella misma tarde de la masía de mis tíos. Hice el trayecto hasta el embarcadero a pie. Una barca que alquilé me llevó hasta Sant Jaume de Enveija. Una vez allí, alquilé el carruaje que me está llevando hasta Remullá. Los sollozos de mi tía Prudencia resuenan en mi cabeza. 
                             La noticia de mi relación con Claudia ha destrozado a mis tíos. 
                             Me lo esperaba. Pero no hay vuelta atrás. 
                             No podemos regresar a la masía de mis tíos en Buda. Están muy alterados. Sólo Dios sabe lo que le harán a Claudia si la ven. Y yo he de protegerla. 
                             Mi madre, que en paz descanse, tiene una casita en la isla de Meda Grande, en el archipiélago de las islas Medas. 
                               Cuando nuestros padres murieron, Augusta y yo nos encerramos en el despacho de nuestro padre. Nuestro tío Tomás nos acababa de avisar de que estábamos en la ruina. Augusta pensó en vender la casa de mi madre en la isla de Meda Grande. Yo me negué. 
-Madre dijo que esa casa sería para uno de nosotros-le recordé-El primero que se casara, se instalaría allí a vivir. ¿Lo has olvidado?
-Sé realista, Ricardo-contestó Augusta-No tenemos dinero. Pero podemos obtener algo de la venta de la casa de Meda Grande. 
-¡Ni hablar, Augusta! No pienso vender esa casa. 
-¡Trata de ser razonable, por Dios! 
                         Me negué en redondo. Conseguí quitarle a Augusta esa idea de la cabeza. 
                        La casa de Meda Grande todavía no se ha vendido. He tomado una decisión. Me llevaré a Claudia a la casa de Meda Grande. Esperaremos allí la carta donde nos concederán la dispensa papal. 
                         Le escribiré al Obispo de Tarragona. Le explicaré la nueva situación. 
                          Parece un hombre comprensivo. Lo entenderá. Y, dentro de unos meses, todo será mejor. Claudia y yo nos casaremos y tendremos muchos hijos. Seremos todos felices. Sólo espero que nuestra familia acabe entendiéndolo. 


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