jueves, 13 de noviembre de 2014

TERCERA PARTE DEL EPÍLOGO DE "UNA BRISA SUAVE"

                   Augusta y Michael decidieron abandonar la isla de Buda.
                   Michael no quería regresar a Londres. Decidió arrendar una casa en la ciudad de Amposta. Augusta se mostró encantada con la idea.
                   Se puede decir que fueron relativamente felices.
                    Augusta y Michael no discutían. Él recibía una asignación anual de su protectora. Se encargaba de administrarla. En aquel aspecto, no se parecía en nada al padre de Augusta. Michael había vivido durante los primeros ocho años de vida con muy poco dinero. Su madre sólo le tenía a él. Hacía de todo para poder sacarlo adelante. No quería hablar de su pasado con Augusta. Ella respetó su decisión.
                    La casa donde la pareja vivía se encontraba cerca de un campo de cultivos de arroz. Muchos días, salían ambos a dar un paseo a pie por los alrededores de aquel lugar.
-Me alegro mucho de vivir aquí-le decía Michael a su esposa-Y me alegro de haberte conocido, Gussy.
-¿Por qué me llamas así?-se extrañó ella.
-Es un diminutivo que te he puesto.
-¡Es muy curioso!
-Me gusta llamarte así. Espero que no te importe.
-No...No me importa.
                   Augusta se sentía cómoda en compañía de Michael. No se parecía en nada a Enrique. En ocasiones, se sorprendía a sí misma comparándole mentalmente con él. Sentía que eso no era justo.
                   Michael nunca la había abandonado. Estaba siempre con ella. Enrique...En cambio, sí la había abandonado.
                    Asistían a Misa los domingos a la Ermita de la Virgen de Montsiá. Augusta quería volver a hacer vida social.
                   Arrastraba a Michael con ella a todas las fiestas a las que eran invitados. También le hacía ir con ella a las tertulias que se celebraban en las casas de sus vecinos. Michael sentía que aquella gente no terminaba de aceptarle. Ignoraba si era porque era inglés. O porque hasta los oídos de aquellos desconocidos habían llegado noticias acerca de su pasado. Augusta intentaba restarle importancia a aquellos miedos.
                   Se lo dijo una noche, cuando estaban sentados en el sofá del salón. Augusta estaba intentado leer un libro de poemas. Michael miraba la chimenea encendida. Pero, en realidad, su mirada estaba perdida.
                   Augusta palmeó la rodilla de su marido.
-No debes de hacer caso de lo que digan los demás-le exhortó.
-Debería de centrarme sólo en hacerte feliz-opinó Michael.
-Ya me estás haciendo feliz. Estás tan loco como para haber aceptado casarte conmigo.
-Yo soy el que te está agradecido por tenerte a mi lado. Gracias por amarme, Gussy. Por aceptarme.
                   Augusta le dio un beso suave en los labios.
                   Durante seis noches a la semana, cuando se retiraban a sus respectivas habitaciones, Augusta y Michael se daban un beso en los labios.
                   Por las mañanas, Augusta iba a la habitación de su marido.
                    Le besaba en los labios para despertarle.
                   Era una sensación agradable besarle.
                   Dormían en habitaciones separadas. Sin embargo, una vez a la semana, Michael iba a la habitación de su esposa.
                   Augusta se ponía rígida cuando Michael la abrazaba. Se asustaba cuando sentía las manos de su marido acariciando su cuerpo por debajo del camisón. O cuando la besaba en los labios.
                  Michael nunca vio desnuda a Augusta.
                 La mujer no sabía con quién hablar de aquel tema. Intuía que no era normal lo que pasaba.
                  Entonces, Claudia y Ricardo fueron a visitarles acompañados de los niños.
                  Estuvieron allí durante varias semanas. Augusta era feliz viendo a sus sobrinos corretear por el jardín. Escuchaba sus risas. Y se maldecía por no ser capaz de quedarse embarazada. Michael nunca se lo reprochó. En aquel aspecto, se mostró muy comprensivo con ella.
                   De noche, Ricardo se unía a Claudia en el lecho.
                   Chupaba con deleite su carne. Lamía cada centímetro de su piel. La besaba con pasión.
                    Y Augusta les oía desde su habitación. Oía cómo se besaban. Escuchaba a Claudia morder la carne de Ricardo con suavidad.
                    Y...Deseaba tener algo parecido con Michael. Pero no pudo ser.
                   No tuvieron hijos durante su matrimonio. Sin embargo, el sueño de Augusta era ser madre. Y se volcó de lleno en el cuidado de sus sobrinos.
                       A veces, se sorprendía así misma pensando en Enrique. En lo que estaría haciendo. Quería volver a saber de él. Sin embargo, no olvidaba lo que le había hecho. Aquel amor no había sido bueno. Había estado a punto de destruirla. Todavía estaba abierta la herida que Enrique dejó en su corazón. Michael era muy bueno con ella. La quería mucho. Le gustaba los pequeños detalles que tenía hacia ella.
                     Michael no vivió mucho tiempo. Nueve años después de su boda con Augusta, falleció.
                     Tuvo un resfriado. El resfriado derivó en algo peor. Una neumonía...
                     El médico no supo tratarla.
                     Michael murió menos de un mes después de caer postrado en el lecho. Augusta le estuvo cuidando hasta el último momento. Fue un día doloroso para ella cuando Michael, finalmente, expiró. Había llegado a querer mucho a su marido. Era su única compañía.
-No llores por mí, Gussy-le pidió Michael la noche antes de su muerte a su mujer.
-Me dejas sola-se lamentó Augusta-¿Qué voy a hacer sin ti?
-Cuidaré de ti donde quiera que esté. Te quiero, Gussy.
                     Deseó haber  podido  llegar a amar a su marido. Pero era demasiado tarde para lamentarse.
                      Le dio un último beso.
                      Después de enterrar a su marido, Augusta regresó a la isla de Buda. Se dedicó a cuidar de sus tíos.
                      Rara vez, salía de la masía de los Ballester. Su carácter apasionado se había esfumado por completo. Sólo era una sombra de lo que una vez fue.
                      A veces, se veía a Ricardo y a Claudia besándose de manera apasionada cerca de los calaixos. Y se sentían felices. Dichosos...

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