martes, 15 de julio de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DEL JOVEN RICARDO BALLESTER

22 DE MARZO DE 1825

-¡No puedes estar hablando en serio!-me grita Augusta, descompuesta-¡Tiene que ser una maldita broma!
-Te juro por la memoria de nuestros padres que te estoy diciendo la verdad-afirmo con pasión. 
                             Augusta y yo hemos salido a dar un paseo. No soy capaz de quitarme de la cabeza la imagen de Claudia. Mi hermana no sabe nada. 
                              Sólo sabe una parte de la verdad que le he contado. Pienso que he hecho lo correcto. 
                              Me santiguo cuando paso por delante de la capilla donde acudimos a Misa todos los domingos. Muy cerca de la capilla, se encuentra la escuela de la isla. Augusta hace una broma con respecto a que la formación de la isla no debe de tener unos cien años. Se lo ha oído decir a unos vecinos mayores. Yo tengo la mente puesta en otra parte. 
                              Nuestros pasos nos llevan muy cerca de los arrozales. Es la hora de descanso de los jornaleros que trabajan allí. Agradezco que los jornaleros estén descansando. Me siento un poco más cómodo para poder hablar con Augusta. Y es, entonces, cuando empiezo a hablar. 
-Hermana, yo quiero mucho a Claudia-le confieso. 
-Yo también la quiero mucho, Ricardo-corrobora Augusta-Es como una hermana menor para mí. 
-No la quiero como a una hermana. Se trata de otra clase de amor. No sé por dónde empezar. 
                           Ni yo mismo sé en qué momento me di cuenta de lo que realmente siento por Claudia. 
                          Anoche, volví a colarme en su habitación. Volví a yacer con ella. Volví a llenar de besos cada centímetro de su piel suave. 
                          No se lo cuento a Augusta. A medida que voy hablando, el rostro de mi hermana se va descomponiendo. 
                           Me siento incapaz de dejar de hablar. Acabo confesándole a  Augusta que estoy locamente enamorado de nuestra prima. De pronto, oigo como alguien grita. Y me doy cuenta de que es Augusta quien ha gritado. 
-¿Lo sabe Claudia?-me pregunta con apenas un susurro. 
-Se lo he contado-le respondo. 
-¿Y qué es lo que dice?
-Corresponde al amor que le profeso. También está enamorada de mí. Ya sabes lo que eso significa. 
-¡Os habéis vuelto locos los dos! ¡Oh, Dafne! ¡Mi pobre amiga! Ella no sabe nada. 
                          Augusta empieza a caminar a toda prisa. Intenta mantenerse alejada de mí. 
                         No sabe qué decirme. Yo la oigo lloriquear. 
                         Está realmente dolida con Claudia y conmigo. No entiendo el porqué de su actitud. 
-No hemos hecho nada malo-le aseguro.
-Vamos a pasar por delante de la capilla-me escupe-No quiero que mientas. Podrías acabar en el Infierno. 
-Claudia y yo nos amamos, Augusta. No puedo hacer nada para cambiar eso. 
                           Mi hermana guarda silencio. No ve las cosas del mismo modo que yo las veo. Piensa que mi amor por Claudia es una aberración. Puede que no piense eso realmente. De momento, está muy disgustada. Pero también está muy sorprendida. 
-No le diré nada a tío Tomás-me dice-Dame tiempo para digerir esto. Por favor...
-Antes o después, Claudia y yo nos escaparemos juntos-le advierto. 
-No lo haréis. Primero, haréis las cosas bien. Hablarás con el tío Tomás sobre vuestra relación. No quiero saber hasta dónde habéis llegado. Tengo ganas de vomitar. 
-Augusta, espera. 
                             Mi hermana sigue caminando. No se detiene. 

 

-Ricardo...-me dice-Déjame estar sola. No soporto estar cerca de ti. 
-Entiendo que estés enfadada-admito. 
-No estoy enfadada. Estoy dolida. Me siento traicionada. Yo os quiero mucho a Claudia y a ti. Y quiero también a Dafne. 
-Tus planes no han salido bien. Perdóname. Sé cuánto deseabas verme emparejado con Dafne. 

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