lunes, 7 de julio de 2014

UNA BRISA SUAVE

19 DE MARZO DE 1825


-Me alegro mucho de que haya aceptado salir conmigo, señorita Ballester-me dice Pedro-Creía que no querría saber nada de mí. Tengo la sensación de que me evita. 
-No me fío mucho ni de usted ni de sus intenciones, señor Serrano-le recuerdo-Pero acepto salir con usted porque es amigo de Enrique. Y porque a mí no me puede mentir acerca de su paradero. 
-Es verdad que está en Barcelona. 
                         Pedro me coge la mano. Se la lleva a los labios para besármela. Estamos dando un paseo por una de las zonas más arboladas de la isla. Nos acompaña mi doncella. Camina a escasos metros de nosotros. 
-¿Y cuándo piensa regresar a Buda?-le pregunto a Pedro. 
                          He dejado a mi prima Augusta hablando con mi madre acerca de los invitados que asistirán a su boda. ¡Pero si ni siquiera se ha fijado una fecha para la boda!
-Todavía no lo sabe-responde Pedro. 
-¿Y qué está haciendo en Barcelona?-le vuelvo a preguntar. 
-No se lo puedo decir. 
                          Pedro sabe lo que está haciendo Enrique en Barcelona, pero no me lo quiere contar. 
                          No quiero decir nada en voz alta. 
                         Pienso en Augusta, quien está soñando con el día de su boda con Enrique. Con el regreso de su amado a Buda...
                        Pienso en que no sabe nada de lo que está haciendo su amado a sus espaldas. ¡Cielo Santo! Pedro se da cuenta de que mi rostro se ha desencajado. Me sujeta el brazo con suavidad. 
                        Se da cuenta de que estoy pensando en mi prima. 
-Augusta tiene que saberlo-afirmo. 
-Enrique no quiere que se entere-replica Pedro-Necesita una esposa. Su padre le proporcionará a Augusta una buena dote. Además, es joven y se ha informado. Goza de una excelente salud. Enrique quiere tener un heredero. Necesita a su prima, señorita Ballester. 
-¡Necesita a una maldita yegua!-exclamo. 
                         Oigo a mi doncella ahogar un grito. 
                        Para mi sorpresa, Pedro me da un abrazo con la intención de tranquilizarme. Pero no quiero que haga eso. Mi doncella está delante. 
                        Deposita besos suaves en mi frente. Me besa en las sienes. Me besa en la cabeza. Me besa en la barbilla. 
-Tiene toda la razón, Claudia-asiente. 


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