domingo, 10 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

3 DE ABRIL DE 1825

                              Don Enrique ha regresado. 
                              Su regreso a Buda nos ha cogido a todos por sorpresa. Yo me he quedado sin habla cuando ha entrado en el salón de mi casa. 
                              Ha ocurrido todo muy deprisa. 
-Señorita Ballester, tiene una visita-anuncia el mayordomo entrando en el salón. 
-¿Por quién pregunta?-inquiere mi madre-En esta casa, hay dos señoritas Ballester. 
-Y las dos señoritas Ballester tienen nombres de Emperatrices romanas-se jacta mi padre. 
-Pregunta por la señorita Augusta Ballester. 
                                   Un presentimiento pasa por la mente de mi prima. De pronto, siento cómo me coge con fuerza de la mano. 
-Es Enrique-murmura.
-¿Ha vuelto el conde de Noriega?-se extraña Ricardo-¿Está aquí? ¿En serio?
-¡Cállate!
                                 Augusta y yo estamos sentadas en el sofá. Nos ponemos de pie a la vez. En ese momento, entra el conde de Noriega en el salón. Es cierto. 
                                   Don Enrique ha regresado a casa. Observo cómo el rostro de Augusta se vuelve blanco como la cera. Pero sus ojos son brillantes. Se han tornado brillantes. 
                                  El conde se fija en mi prima. Se acerca poco a poco a ella. Puedo escuchar los latidos acelerados del corazón de Augusta. 
-¡Enrique!-chilla Augusta. 
-Hola...-la saluda él con una sonrisa en los labios. 
-¡Has vuelto! ¡Has vuelto! 
-Augusta...Yo...
                             De pronto, me doy cuenta de que los ojos de Augusta tornan blancos. Mi prima cae al suelo sin sentido. No llega a caer al suelo. Ricardo se pone de pie de un salto. Corre a sujetar a Augusta. 
-¡Augusta!-grita mi madre. 
                             Mi padre y mi madre también se ponen de pie. 
-¡Despierta!-la insta mi padre. 
                             Todos rodeamos a Augusta. Mi madre le da unas suaves palmaditas en el rostro. Yo voy corriendo a buscar a una criada. Le pido que me traiga rápidamente el frasco de sales. Pero ya no hace falta. 
                             Augusta abre los ojos. Reconoce a don Enrique. Y lo abraza. 
                            Lo abraza con fuerza. 
                            Don Enrique no le devuelve el abrazo. 
                            Augusta no se da cuenta de ello y rompe a llorar de pura alegría. 


-Si has vuelto, eso es porque te quieres casar conmigo-añade con alegría. 
-Augusta...-balbucea don Enrique. 
                             Tengo el presentimiento de que quiere decirle algo. Darle alguna noticia importante. 
-Tendrás que hablar con mi tío-dice Augusta. 
-Sí...-titubea don Enrique. 
-¡Amor mío! ¡Te he echado tanto de menos! ¡Pero has vuelto!
                            Don Enrique se separa apenas unos centímetros de Augusta. Su cara refleja mil y una emociones. No sé qué pensar.
                            En ese momento, entra Pedro Serrano en el salón.
                            Con el jaleo que se ha organizado, el mayordomo ni siquiera ha anunciado su llegada. No me importa. No se sorprende al ver a don Enrique.
                            Sospecho que don Enrique y Pedro Serrano se han visto antes. Incluso, creo que han estado juntos en Barcelona.
                            Augusta dice que se siente mejor.
-Veo que nuestro buen amigo el conde le ha dado un buen susto, señorita Ballester-le sonríe Pedro Serrano a Augusta.
-¡Yo sabía que iba a regresar!-exclama una alegre Augusta-¡Llevo semanas esperando su regreso!
-Bueno, ya está aquí.
-¡Sí!

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