jueves, 14 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

5 DE ABRIL DE 1825

-¡Enrique!-exclama Augusta-¡Qué sorpresa más agradable! ¿Has venido a verme? ¡Vamos a rezar el Ángelus!
                             Estamos todos reunidos en el salón. Son las seis en punto de la tarde. Nos reunimos en el salón a esa hora para rezar el Ángelus. 
                             Yo estoy sentada en el sofá, al lado de mi madre. Ricardo, que está de rodillas en el suelo, me mira. Acerca su mano hasta mi rodilla. Mientras Augusta saluda muy contenta a don Enrique, Ricardo coloca su mano sobre mi rodilla. 
-Mi madre...-balbuceo. 
                            Le quito la mano de encima de mi rodilla de manera disimulada. 
                            Casi no puedo reconocer a mi prima. Augusta siempre ha sido una joven independiente e impulsiva. Solía discutir con mis padres porque éstos le decían lo que debía de hacer. Y eso a ella no le gustaba nada. Se está portando de un modo irreconocible. 
                          Quiere ser la esposa perfecta para don Enrique. 
-Buenas tardes, Excelencia-le saluda mi padre. 
-Buenas tardes, don Tomás-le devuelve el saludo don Enrique. 
-Supongo que habrá venido para hablar de la boda. 
-En realidad...
                         Augusta no le deja hablar. 
                        Hace que se arrodille a su lado en el suelo. Le coge la mano. 
-Reza primero el Ángelus con nosotros-le sugiere-Después, hablarás con mi tío. Yo también sé que has venido para fijar fecha para la boda. ¡Fingiré que no sé nada! O vienes otro día. ¡Me llevaré una gran sorpresa!
                         Se echa a reír. Don Enrique está realmente desconcertado. Tengo la sospecha de que no va a haber boda. Ricardo y yo nos miramos. Mi primo piensa lo mismo que yo.
                         Don Enrique no se casará con Augusta. Mi madre es la que inicia el Ángelus. 
                        Yo quiero pensar que Augusta y don Enrique acabarán casándose. Pero un presentimiento pasa por mi cabeza. 
                        Mantengo la cabeza gacha. 

 

                         No quiero mirar a Ricardo. No quiero mirar a Augusta. Tengo miedo de que mis ojos delaten lo que siento por Ricardo cuando le miro. Y me duele mirar a Augusta. 

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