viernes, 15 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

8 DE ABRIL DE 1825

                               He tardado tres días en hacer una nueva anotación en mi diario. 
                               Ricardo se ha marchado a visitar al Obispo. Se fue hace dos días. No sé cuándo regresará. Y me da miedo las noticias que me traiga a su vuelta. 
                               La pena me ha impedido escribir durante estos días. 
                               Ricardo y yo nos despedimos a solas. Me llevó a dar un paseo por la zona donde crecen las palmeras. Me colocó de espaldas a una palmera. Fue algo muy rápido. 
                               Todavía recuerdo el sabor de sus labios mientras bebía de mis labios. Sus manos acariciando mi cuerpo por debajo de mi vestido. Su boca en mi cuello besándolo. 
                                Augusta recibe todas las tardes a don Enrique. Yo me veo en la obligación de hacer de carabina. Rosalía dice que he de tener paciencia. Cuando salgo con Augusta y con don Enrique a pasear por los arrozales, intento pensar en otra cosa. Rosalía me ha notado triste en estos días. Yo no le cuento lo que realmente me pasa. 
-¿Cuándo vas a venir a hablar con mi tío?-le  pregunta Augusta a don Enrique-Soy mayor de edad. Pero deseo hacer las cosas bien. Es lo que esperas de mí. 
-Te pido que me des tiempo-responde el conde de Noriega-Estoy muy cansado. He hecho muchas cosas. Y...
-Lo entiendo. Tienes que ocuparte de tus tierras. 
                            Una idea pasa por mi mente. Don Enrique está evitando algo. 
-Y yo deseo ser una excelente condesa-añade Augusta-Tengo muchos defectos. Pero estoy aprendiendo a pulirlos. ¡En serio! 
                           Me duele mirar a Augusta. ¡Hay tanto amor en sus ojos cuando mira a don Enrique! Y yo tengo la dolorosa sospecha de que don Enrique no corresponde a ese amor. 



-¿Y tú de verdad piensas que eso será suficiente para don Enrique?-la interrogo.
-Enrique me adora-contesta Augusta-Dice que le gusto tal y como soy. Yo deseo ser como él quiere que sea. Pero también le gusta mi manera de ser. Sabe que patrocino un Club de Damas en Tarragona. Se lo he contado. Piensa que estoy loca. Pero no me importa. El Club va bien, Claudia. Se lo he comentado. Le gustaría que lo vendiera. Pero no pienso hacerlo. Al menos...Hasta que no nos casemos. Es un punto de fricción que existe entre nosotros. ¡Aunque se puede pulir!
-Me has hablado de ese club, prima. Te gusta patrocinarlo. Lamento que no puedas ir a Tarragona. Pero te escribes con las socias del Club. Y hay una mujer que está ocupando tu lugar.
-Doña Sara...Es como una madre para mí. Está ya muy mayor. ¡Pero se conserva fresca como una jovencita! El criado de doña Sara me escribe. Me cuenta que no se siente muy bien. Yo espero que dure muchos años. ¡Tiene que venir a mi boda, Claudia! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario